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El Rey y la vieja piedra de Gibraltar

El Rey y la  vieja piedra de Gibraltar
Luis Ayllón el

Personalmente no tenía ninguna duda de que el discurso de Su Majestad el Rey ante el Parlamento británico incluiría una referencia a Gibraltar. No podía ser de otra manera. Su padre, Don Juan Carlos, los hizo hace 31 años desde la misma tribuna de Westminster en un memorable discurso al que tuve la suerte de asistir y que dejó impresionados a los miembros de las Cámara de los Lores y de la Cámara de los Comunes.

La alusión a Gibraltar, aunque sea un escueto párrafo, se lleva titulares en los medios de comunicación y provoca el enfado del ministro principal de la colonia, Fabian Picardo, quien, desde que el Brexit se puso en marcha, está muy sensible ante cualquier manifestación. Pero el Rey no ha dicho nada que no se haya afirmado antes por las autoridades españolas: que el diálogo para resolver el contencioso tiene que ser entre dos iguales, es decir, los Gobiernos de Madrid y Londres. No entre tres, como quiere Picardo, desde que el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero cometió el error de poner en marcha el Foro Trilateral de Diálogo en el que los representantes de 30.000 gibraltareños aparecían en pie de igualdad con los de dos grandes Estados europeos.

Gibraltar, como digo, se ha hecho con titulares de la visita de Estado de los Reyes al Reino Unido, pero lo que realmente importa es que, con ocasión de la misma, ha salido a la luz la enorme dimensión de las relaciones bilaterales y el cambio que han experimentado desde que en 1986, don Juan Carlos y Doña Sofía acudieron a visitar a la Reina Isabel II.

Entonces, España era todavía un país por descubrir que debutaba en la Unión Europea, que luchaba por consolidar su proceso de transición democrática, que comenzaba a ver cómo sus empresas se animaban a salir al exterior y que todavía tenía una escasa capacidad para exportar talentos más allá de nuestras fronteras.

Hoy, los intercambios comerciales con el Reino Unido alcanzan los 30.000 millones de euros al año y el stock de inversiones españolas en ese país superó los 82.000 millones de euros en 2015, creando 140.000 empleos directos, gracias a empresas como Ferrovial, Telefónica, Iberdrola, FCC o los bancos Santander y Sabadell. Pocos podían aventurar entonces esta realidad, ni que más de 5.000 investigadores españoles trabajaran en el Reino Unido, donde residen unos 250.000 compatriotas.

De igual modo, España se ha convertido en un destino atractivo para las inversiones del Reino Unido, que llegaron a los 44.000 millones de euros y, sobre todo, en el lugar deseado para hacer turismo. De hecho, el pasado año uno de cada cuatro turistas que nos visitaron eran británicos: cerca de 18 millones. Además, medio millón de británicos residen habitualmente en España, asunto este que coloca a nuestro país en el centro de las primeras negociaciones entre el Gobierno de Theresa May y la Comisión Europea para la desconexión de la UE.

En otro orden de cosas, la cooperación con el Reino Unido en la lucha contra el terrorismo es una de las más intensas y ha crecido desde los últimos atentados yihadistas en Londres y Manchester.

Son datos que enmarcan una visita, en la que Isabel II y las autoridades británicas han hecho un esfuerzo sincero para que resulte un éxito. Cuando se contemplan esas realidades, el contencioso de Gibraltar se muestra cada vez más como un anacronismo, como algo que no debería enturbiar las relaciones entre dos grandes países, cuyo principal objetivo debe ser que el malhadado Brexit no enturbie el entramado de relaciones conseguido en las últimas décadas.

Picardo debe convencerse de que, por más que siga ocupando espacio en los medios de comunicación, la minúscula colonia en la que habita no puede condicionar el futuro de nadie. España seguirá reclamando la soberanía sobre el Peñón y los territorios usurpados ilegalmente por el Reino Unido, como el Istmo; defenderá su derecho a navegar por las aguas que rodean la Roca; y denunciará las prácticas que provocan la evasión fiscal, porque es su obligación. Pero eso no debe llamar a engaño. Gibraltar no es más que una piedra en el zapato. Quien la sufre puede, a pesar de ello llegar a su destino. Y la piedra, por muchos años que lleve molestando, tarde o temprano, termina siendo expulsada.

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Luis Ayllón el

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