Tiene Zapatero una cierta propensión a hacer comparaciones, pero no suele estar muy acertado cuando elige los términos que pone en la balanza. Todavía se recuerda el bochorno de su actuación cuando les dijo a las víctimas del terrorismo que él también sabía lo que era perder a un ser querido, porque a su abuelo lo fusilaron durante la guerra.
Ahora, el presidente del Gobierno se acaba de descolgar poniendo al mismo nivel la caída del muro de Berlín con la muerte de Franco. “Nosotros –ha dicho en Polonia- también habíamos tenido una caída reciente del muro, del muro propio, que durante 40 años tuvimos en España”. Y se ha quedado tan satisfecho de su comparación. Zapatero no tiene ni idea, o no la quiere tener, de lo que fue la experiencia del comunismo en la Unión Soviética y en los países satélites. La de Franco fue una dictadura, con todas las de la ley, desde luego, y a lo largo de cuarenta años –sobre todo al comienzo- se cometieron barbaridades absolutamente rechazables, pero al lado de los dictadores comunistas el “caudillo del Ferrol” era un aprendiz.
Evidentemente, a quienes se significaron en la lucha contra el franquismo las cosas se les pusieron muy difíciles y sufrieron los rigores de la dictadura, pero aquí no se perseguía ni se mandaba a los “gulags” a los familiares de los disidentes por el mero hecho de serlo; aquí no se exigía a nadie ser miembro del partido único o delatar a sus compañeros para tener un trabajo o para poder estudiar; aquí no se levantó ningún muro que impidiera a la inmensa mayoría de la gente salir del país aunque fuera únicamente para ver a sus hijos o a sus hermanos.
Más le valdría al jefe del Ejecutivo esforzarse por lograr que quienes todavía están sometidos a regimenes dictatoriales pudieran vivir en libertad. El diálogo, en términos generales, es bueno, pero tiene que ir acompañado por la presión exterior. Felipe González había aventurado que el muro de Berlín caería por el diálogo, pero lo que le hizo caer fue la imposibilidad de un régimen soviético a la deriva para seguir manteniendo por más tiempo aquella falacia. Juan Pablo II, Ronald Reagan, Margaret Thatcher hablaban con aquellos comunistas, pero no dejaban de reclamarles que se abrieran al mundo. El apoyo exterior a quienes, dentro de aquellos estados-cárceles, luchaban por la libertad fue vital. Si Zapatero hubiera gobernando entonces, lejos de respaldar a quienes querían la democracia, posiblemente habría estado haciéndole el caldo gordo a tipos como Erich Honecker o Nicolai Ceaucescu, confiando en sus falsas promesas de cambio. Porque esa es, más menos, la política que se está siguiendo con Cuba, donde un muro sigue todavía separando a los cubanos de la libertad.