Las continuas idas y venidas de José Luis Rodríguez Zapatero a Venezuela han dado como resultado la excarcelación de Leopoldo López, que ha pasado a estar en arresto domiciliario. Al ex presidente del Gobierno hay que agradecerle las gestiones realizadas, que, parece que han sido claves a la hora de arrancar de Nicolás Maduro la decisión de suavizar la situación del opositor, casi cuatro años después de su detención.
También es de justicia reconocer que mantiene informado puntualmente al Gobierno español de los pasos que va dando y que el Ejecutivo respalda la tarea de Zapatero, entre otras cosas, poniendo a su disposición al residencia del embajador en Caracas para su alojamiento.
Nunca he puesto en duda que Zapatero actúa con buena voluntad y con un deseo sincero de lograr una solución pacífica para la crisis venezolana, pero no se puede perder de vista que Maduro sigue utilizando su figura para dar una apariencia de que está dispuesto a negociar con la oposición, cuando en realidad no tiene ninguna intención de hacerlo.
No es la primera vez que el presidente venezolano hace un “regalo” a Zapatero para permitirle salvar la cara. En septiembre, después de la insistencia del que fuera jefe del Ejecutivo español, puso en libertad al hispano-venezolano Gabriel San Miguel, joven opositor de Voluntad Popular, el partido de Leopoldo López, tras haberlo mantenido varios meses en prisión.
Maduro practica una vieja táctica aprendida del régimen castrista, que es enviar a la cárcel a los disidentes y, cuando considera que puede resultar rentable, dejarlos en libertad o aplicarles alguna medida de gracia. Espera con eso recibir elogios del exterior y que su gesto sea presentado como una muestra de buena voluntad.
A mí, esa práctica me recuerda la que podría protagonizar un carterista que le roba a usted la cartera con 500 euros y, después de cierto tiempo, decide irle devolviendo 50 euros de cuando en cuando. A nadie se le ocurre que la víctima tenga que estar agradecida por recuperar lo que es suyo, ni que los que han visto el robo estén obligados a aplaudir al ladrón y elogiar su actitud.
Pues esto es lo que han practicado a menudo los regímenes dictatoriales que privan de su libertad de manera arbitraria a quienes disienten y, cuando les parece oportuno o les interesa, se la devuelven, sin mayores explicaciones.
Zapatero puede sentirse legitimado ahora para seguir su labor mediadora y esperanzado en que se abra un proceso de diálogo, pero mientras Maduro siga reprimiendo a los manifestantes y haciendo oídos sordos a sus demandas no habrá avance posible. Y eso no debe perderlo de vista el ex presidente.
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