El Gobierno español parece mostrar un escaso interés hacia Guinea Ecuatorial. No figura entre sus prioridades, pero tampoco entre sus preocupaciones. Es cierto que, en junio del pasado año, Mariano Rajoy viajó a Malabo, pero lo hizo para asistir a la Cumbre de la Unión Africana, y, al ser Teodoro Obiang el anfitrión, se produjo una entrevista entre ambos. Pero, si se exceptúa aquel momento, resulta relevante los pocos intercambios de visitas de alto nivel que tienen lugar y, al propio tiempo, el silencio que el Ejecutivo guarda ante las frecuentes detenciones de opositores que se registran en ese país, las últimas hace escasas fechas durante una manifestación en contra de la celebración de la Copa Africana de Fútbol.
Varias organizaciones, como Amnistía Internacional, la Asociación Pro Derechos Humanos de España, EG Justice, Open Society Justice Initiative y la Plataforma Portuguesa das ONGD reclamaron la liberación de los arrestados -“Celestino Okenve, Antonio Nguema (ambos detenidos el día 14) y Miguel Mbomio (detenido desde el día 16)-, denunciando que “han tenido un acceso limitado a su abogado, a quien no se le ha permitido presencial la toma de declaraciones, y ni se le ha informado de los cargos en contra de los encarcelados”.
No ha habido ninguna reacción en las autoridades españolas, al menos que se conozca públicamente, una actitud que contrasta con la que mantiene el Gobierno de Estados Unidos, que, por boca del portavoz del Departamento de Estado, Jen Psaki, pidió un trato digno a los tres manifestantes arrestados y que se respetaran los derechos que protegen a los ciudadanos de una detención arbitraria. Al parecer, los tres detenidos fueron finalmente liberados el viernes, día 30.
No es la primera vez que Washington va más allá que Madrid a la hora de sacar los colores al régimen de Teodoro Obiang. Cuando éste, después de 34 años en el poder, se proclamó nuevamente vencedor en las elecciones de mayo de 2013, mientras España instaba al diálogo con la oposición sobre las desavenencias respecto a los resultados, Estados Unidos afirmaba que los comicios habían sido “una oportunidad perdida para lograr una mayor democratización” y criticaba las detenciones arbitrarias y los límites a la libertad de reunión y de expresión.
Es claro que ni los intereses ni los lazos históricos con Guinea Ecuatorial son los mismos para estadounidenses que para españoles, pero hace tiempo que España no sabe a qué carta jugar con ese país. Ni cuando era pobre, ni cuando le llegó el maná del petróleo. Y, posiblemente, tampoco ahora que la producción de crudo ha caído y lo ha hecho también el precio del barril.
Con una capacidad de influencia política bastante escasa y unas relaciones económicas siempre muy complejas, ni los gobiernos socialistas ni los populares han sabido encontrar el punto a la relación con el régimen de Obiang, que mira con recelo a la antigua potencia colonial, pero que, al propio tiempo, suspira por una visita del Rey a Malabo. Sus últimos tanteos por lograr una reunión con Felipe VI en la reciente Cumbre de la Unión Africana en Etiopía, sólo encontraron respuestas evasivas en Madrid.
Guinea Ecuatorial