Las muñecas vestidas al último grito recorrían las cortes europeas hasta la Revolución Francesa, de país en país, extendiendo las novedades de la moda. Las familias reales mandaban a hermanas, sobrinas y primas en el extranjero los últimos modelos, en miniatura, para que pudiesen ser copiados por las modistas locales. A falta de revistas, periódicos e internet, era una buena solución.
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Tras la Revolución Francesa, se comenzaron a enviar dibujos y miniaturas con base metálica y sin cabeza, algo poco atractivo pero práctico.
A finales del siglo XIX, los franceses recuperaron los maniquíes de cuerpo entero, grandes y pequeños. Jeanne Lanvin (1867-1946) trabajaba con muñecas y maniquíes cuando comenzó su aprendizaje como sombrerera que la llegó a traer a Barcelona. Siempre mantuvo la costumbre de elaborar pequeñas muñecas vestidas “a sa façon”, que regalaba a las mejores clientas y a sus hijas. Una colección de muñecas de Lanvin vestidas de distintas épocas y realizada en porcelana china se ha lanzado ahora conmemorando esta bonita historia, aunque ya se anticipó una serie en 2008 para celebrar el 120 aniversario de la casa francesa.
Puede que influya que Franz, el fabricante chino de porcelana que las lleva a cabo, sea de la misma nacionalidad que la nueva propietaria de la marca francesa, la empresaria Shaw-Lan Wang. O que los chinos, tan aficionados a la porcelana, se deleiten con estas cosas. Para los europeos, quizás es más bonita la historia que hay detrás.
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