Melodía primera. Filtrados y a cuentagotas llegan este año y los inmediatamente anteriores los famosos estrenos de las cofradías, que otrora levantaron páginas de comentarios y movieron IVA (o no) en los talleres y ahora se quedan en casi notas a pie de página de tan pocas como son las que se atreven a tener alguna novedad en la calle con la que está cayendo de mengua de dinero y papeletas de sitio, pero que puede ser síntoma de que no tiene que haber prisas por sacar sayas de aplicación, techos de dudoso gusto ni orfebrería de chicle masticado, sino criterio de que habrá que esperar para ofrendar a los titulares un patrimonio acorde a ellos que ahora no se puede pagar si se quiere hacer bien y para el que no hay que correr buscando sucedáneos de tiendas de chinos.
Fuerte de bajos. Y aún así, parece que hay quien se empeña en comprar en tiendas de chinos todos los años desde mucho antes de que esto se llenase de orientales, y lo que es peor, en lucir enseres y objetos del bazar de la esquina cuando en casa los tiene bastante mejores, en la errónea creencia de que lo que se reserva para la estación de penitencia no hay que tocarlo el resto del año, como si un besamanos no durase cuatro o cinco veces más y encima sin bullas, empujones ni pasos que se van sin que a veces todo aquello que costó dinero y esfuerzo no se pueda disfrutar en Semana Santa.
Trío y coda. A la vuelta de la esquina está ya esta Semana Santa tardía y remolona que ha hecho caer los azahares descarados ya encima de las aceras y ha dejado en el aire y en el corazón un zarandeo que todavía tendrá que esperar unos cuantos días para verse saciado y llegue así el momento en que el espíritu crítico se dé la vuelta y no haya más que plenitud, emoción y espiritualidad y nadie se acuerde de las comparaciones con chinos.
Semana Santa Luis Mirandael