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Blogs La capilla de San Álvaro por Luis Miranda

Revivencias

Puede que parezca poco, pero el Covid al menos permitirá esas tardes de presentimiento que ahora llaman vísperas

Revivencias
Nazarenos a contraluz de la cofradía de Nuestra Señora de los Dolores. FOTO: ROLDÁN SERRANO
Luis Miranda el

El invierno en Córdoba es un animal salvaje con poco hábitat. De vez en cuando se hace notar y congela el aire, y cada ciertos años además de cortar la cara por las mañanas hasta regala una nieve bendita que sirve para jugar y hacer fotografías y se marcha antes de resultar molesta. Enero es en Córdoba el tiempo del frío, pero también el tiempo en el que se marcha, como esa fiesta que ahora no tenemos y que al mismo tiempo que se la puede tocar con los dedos se está marchando. Lo de antes es un otoño que puede venir con agua o con fresco y que sólo en diciembre, cuando el corto invierno está cerca, obliga a abrigarse.

En enero el invierno es crudo en el vaho que este año se queda en las mascarillas y en los cristales de las gafas, pero la luz empieza a prometer. Cuando Albert Einstein publicó la Teoría de la Relatividad dijo que desde entonces dedicaría el resto de su vida a estudiar el misterio de la luz. No era una licencia poética ni la expresión de un retiro: los científicos todavía tenían que responder a muchas preguntas sobre la luz.

La promesa apareció en una de estas tardes en que había que salir con guantes y sin embargo el cielo tenía la pinta quieta de un paisaje que se recuerda. Salí un momento a la calle Cruz Conde y noté que desde Gondomar se despedía el sol con algo más de calma y un tono dulce que tendré que ver otros días. No era la luz que miraba a la Virgen de la Paz cuando iba buscando la Trinidad y la Catedral, pero casi. No era esa calle por la que bajaba el misterio de la Sentencia todavía con la carrera oficial antigua, pero faltaba poco. No era la luz que escucharía la matraca que va delante de la cruz de manguilla del Santo Sepulcro, pero la prefiguraba. Quedaba todavía para aquel momento en que por San Zoilo venía la Virgen de los Dolores.

Preparativos para hacer un capirote. FOTO: VALERIO MERINO

Pasé un momento por Las Tendillas y la tarde se había quedado en la torre de Santo Domingo y en la fachada del instituto Góngora. Recordé una entrevista que le hice a Curro en 2013, también en enero, para el primer número de la revista Pasión en Córdoba. Nos sentamos en una de las cafeterías y la luz de la tarde parecía hecha a propósito para hablar de ensayos y de martillazos, de la devoción y la psicología con la gente de abajo, de tardes de Semana Santa que habían quedado en la memoria.

Puede que parezca poco, pero el Covid que ha impedido las procesiones al menos permitirá esas tardes de presentimiento que ahora llaman vísperas. No se verán los pasos crecer en las iglesias, pero sí el azahar; no habrá capirotes por la calle Alfonso XIII pero sí tardes largas y revivencias. No conducen todavía al final feliz, pero tampoco todos los años lo hacían. Quizá aquel recuerdo no se repetía porque la bulla era incómoda y vulgar, o porque se alteró una parte de la delicada fórmula que convierte lo anodino en memorable, y viceversa. Quizá llovió algunos años seguidos y hay cofradías que han quedado lejos en la memoria. Por las esquinas de estas tardes vuelve a venir a lo lejos Jesús Nazareno.

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