Vino, primero, pura,
vestida de inocencia.
Y la amé como un niño.
Luego se fue vistiendo
de no sé qué ropajes.
Y la fui odiando, sin saberlo.
(Juan Ramón Jiménez)
No es que ahora esté sucia, pero sí hay muchos que piensan, que pensamos, que la música que siempre se llamó de cornetas y tambores hace demasiado tiempo que se presenta adornada con afeites extraños y desconcertantes que cambiaron una belleza castiza que no los necesitaba. Las humildes bandas de músicos autodidactas y pundonorosos que emocionaban con la áspera pujanza de “Cristo del Amor”, “Cachorro” y “La Virgen llora” se trocaron en orquestas de viento de cuidadísimas armonías y refinamiento barroquizado y llenaron el repertorio de nuevas marchas donde la modesta corneta hacía su triple salto mortal de siempre protegida por una tupida red de trompetas, fliscornos, bombardinos, tubas y hasta trombones.
Por el camino se perdía la pureza original, tan llena de sabor, de aquellas bandas primitivas, pero también se adulteraban las marchas clásicas, desfiguradas con bases armónicas extrañas y convertidas en lo que sus autores nunca quisieron que fueran, aunque hubieran tenido la instrumentación de la que los modernos directores disponen. A quienes se oponían los tenían por locos, aunque siempre pudieran refugiarse en el impoluto paraíso macareno de la Centuria.
El oasis más sugerente del desierto estival de las cofradías lo ha protagonizado la hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Sangre, que ha contrado para acompañar a su titular a la banda de cornetas y tambores Esencia. Frente a la conversión en orquestas de viento, Esencia sólo incluye lo que su nombre dice: cornetas y tambores; ante la “rearmonización” de las piezas clásicas, la banda sevillana opone una lectura respetuosa con lo que sus autores quisieron, desde “Evocación” hasta “Silencio Blanco”, con la única novedad de la mejor calidad interpretativa de estos días. Como bien se sabe que no faltarán los comentarios hablando de sesudos conceptos de armonía y cromatismo, mejor será poner los oídos.
La hermandad de la Sangre nada a contracorriente y deja atrás un estilo que hizo posible que “Soledad de San Pablo” sonase así, enjoyada con contracantos y bases ciertamente ricas, pero ajenos al sabor original con que la disfrutaron tantas generaciones de cofrades:
Esencia, por el contrario (tras “Cristo de las Siete Palabras”, en este vídeo), interpreta de esta forma la emblemática composición de Zueco Ramos, con la cara lavada y radiante de quien nada necesita para parecer bella:
Quizá si la cofradía de las Siete Palabras no la hubiera contratado Esencia no tendría la bendición hispalense y por lo tanto no vendría a Córdoba, pero habrá quien prefiera darle la vuelta a la moneda y pensar que igual alguna banda de la ciudad pueda tomar su mismo camino de pureza.
Liturgia de los días Luis Mirandael