En este tiempo en que la fotografía ha tenido el riesgo de volverse tan vulgar como pulsar un botón que se lleva en el bolsillo y ver el resultado de forma inmediata, sólo los que de verdad son fotógrafos conocen su poder de multiplicación y de embellecimiento de la realidad, su capacidad para enseñar en megapíxleles lo que parece no estar al alcance de los ojos, por mucho que miren. Eso queda en estos días en que una buena parte de la ciudad, y bastante en particular el mundo de las hermandades, ha llorado a Juan Luis Seco de Herrera Lorenzo, fotógrafo paciente, perfeccionista y de mirada aguda y personal que fue capaz de retratar la esencia de la ciudad y del paisaje tras un período de decantación que necesariamente tenía que ser largo para dar fruto.
El que pisaba las calles en Semana Santa y en los Patios lo encontraba mirando y en silencio. Como otros muchos, esperaba hasta encontrar aquello que quería encuadrar en la cámara y daba vueltas en busca del ángulo y del encuadre. Después disparaba y más tarde editaba, quitaba y ponía para que la imagen que después compartía con generosidad en las redes sociales, y estos días han servido para agradecerlo de nuevo al cielo, hiciese resplandecer aquella planta, aquel cirio, ese detalle de la portada de una iglesia y todo lo que su autor había encontrado primero con el ojo físico, luego con el objetivo y más tarde con el trabajo de la imagen tomada.
En sus muchas imágenes brillaba lo que parecía una serie, que llamó ‘Paseos por el alma de Córdoba’, y que podía estar en la portada de San Agustín cualquier mañana, en el tacón que deja el convento de la Encarnación en la calle Rey Heredia o en el reciente pasaje de Orive a Capitulares, y el que pasea la ciudad y todavía se deja sorprender por ella sabe que acertó y nota que una gran parte de cordobeses también veían, y seguirán viendo mientras sigan a la vista de todos, la esencia inmortal de la ciudad, captada en el instante con su cámara. Los móviles pueden engañar a quienes no vieron el paisaje reflejado en las fotografías, pero raramente a los que sí pisan cada cierto tiempo esas calles y sí rezan en las iglesias que aparece.
En el tiempo en que el turismo intenta captar lo que tiene ante sí mediante una fotografía que después quedará ocupando memoria sin que nadie la mire tal vez su mérito estuvo en la paciencia de caminar, detenerse y dejarse llevar por la inspiración para encontrar el rincón preciso en que el espacio y el tiempo confluyen. No es casualidad que a las fotografías se les llame instantáneas, pero también se diga que inmortalizan un momento o un objeto.
Su obra permanece y ahora bien harán los muchos que lo querían en ayudar a la familia para editarla en libro o para que pueda disfrutarse siempre. Queda la pena, quizá todavía remediable, y no sería el primer caso, de que llegase a mostrar lo más puro y hondo de su ciudad y de la Semana Santa mientras otros pensaban que era mucho mejor entregarse a los pinceles de quienes tenían que viajar, preguntar y ver fotografías para apenas rozar la superficie.
Liturgia de los días