Nadie sabe si las cofradías de Córdoba hubieran compartido un acto de oración en la Catedral si la Buena Muerte no hubiera puesto sobre la mesa la idea en otoño, cuando todo el mundo sabía que este año tampoco saldrían los pasos a la calle. Es inútil hacer conjeturas de si antes había otra propuesta o de si alguien habría tenido una idea parecida. No hay que hablar de lo factual, sino de lo que sucedió: las cofradías aprobaron en asamblea un proyecto promovido por Palacio, pero que tenía muchas cosas en común con lo que habían planteado los de San Hipólito.
Lo que salió al final fue menos teatral y barroco, sin cruces de guía, cortejos ni libros de reglas, pero la idea era la misma. A los que acudieron les gustó la idea de compartir adoración y reflexiones, el obispo acogió a todo el mundo con cariño y cercanía y aquello no podía sustituir a la estación de penitencia de toda una cofradía con sus imágenes titulares y sus nazarenos, pero algo conseguía por delegación.
Es un éxito quizá pequeño y de minorías, pero de esas minorías cuya opinión importa, y además significa dos cosas. Por un lado, que hay cofradías, hermanos mayores y juntas de gobierno que llevan sobre el cuello algo más que el soporte de un costal y son capaces de pensar como cristianos sin que los curas les hagan la chuleta. También deja el mensaje de que las hermandades no tienen que sentarse a esperar que los de arriba propongan.
Por mucho que se hable de participación y de iniciativa, lo fácil para muchos es sentarse a esperar a que los organismos representativos, y más en instituciones jerárquicas como la Iglesia, digan lo que hay que hacer. No tendría que pasar así con la Agrupación de Cofradías, y menos con la actual, calcada casi de aquella que hace nueve años llegó al poder con la idea de trabajar como ejecutor de las propuestas de las cofradías en la asamblea. «Lo que digan las hermandades», contestaba por sistema Sanmiguel si se le preguntaba por la entonces no tan clara carrera oficial de la Catedral.
Como idea era bonita pero no llegó a hacerse, entre otras cosas, por la propia mentalidad cómoda de las cofradías, que veían al que mandaba en la calle del Lodo como a un jefe y no como a alguien que habían puesto ellas mismas para gestionar los asuntos comunes. La idea de la Buena Muerte, aunque la paternidad no se le reconozca en público, significa sobre todo que las hermandades pueden llenar el vacío y comprometer a las demás.
La vacuna del Covid avanza entre los días esperanzadores y la histeria exagerada de los efectos adversos y hasta los más conscientes saben que pensar en que en 2022 haya pasos en la calle es a veces una quimera, otros días un esperanza posible y nunca una certeza. Si toca seguir esperando, y antes que otra Cuaresma mirando fotografías de exposiciones en ciudades a las que no se puede ir, se agradecerán ideas de cofradías que las expongan e inviten a las demás a trabajar por ellas.
Liturgia de los días