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Blogs La capilla de San Álvaro por Luis Miranda

El tiempo entre chicotás

El tiempo entre chicotás
CORDOBA. 14/09/13. CELEBRACION DEL VIA CRUCIS MAGNO EN CORDOBA. FOTO: VALERIO MERINO. ARCHCOR
Luis Miranda el
El Señor de la Redención, en el Vía Crucis Magno de 2013. FOTO: Valerio Merino

 

«Porque solo hay dos caminos: o seguiros a vos con trabajos y esfuerzo o, por no dejar mis deleites, no seguiros»
San Juan de Ávila

Al chaval de doce, quince o dieciocho años que fui hace cada vez más tiempo no le cabía en la cabeza marcharse mientras hubiera un paso en la calle. Sabía que lo normal es que le quedase vida por delante, pero también se le hacían larguísimas las esperas vacías en que no se podía disfrutar de ninguna procesión, y tenía que aprovecharlo. Conocía también que no estaba en su mano que se alargase la presencia en la calle de las imágenes ni podía conseguir que lo hicieran en alguna ocasión fuera de Semana Santa o de su salida de cada año. Dicho de otro modo: Jesús o la Virgen hacían el regalo de salir encarnados en cierta imagen una vez al año, y ese regalo había que beberlo hasta el final, sin que empachase, sin que cansase, sin que hastiase en ningún momento.
Pasó el tiempo y el joven de veinticinco o treinta seguía disfrutando con una procesión, pero necesitaba cierto gustos por las cosas bien hechas, y de hecho muchas veces se marchaba antes de terminar si lo que había visto y escuchado le había llenado tanto que había que dejarlo ahí para que el recuerdo fuese exquisito. Mucho mejor era ver avanzar al Cristo de las Penas por Agustín Moreno, ya vencida la cera, que ver cómo se bajaba al suelo para entrar, más bonito era ver a la Caridad con Soleá, dame la mano que escuchar los aplausos y hasta algún ole de la entrada. Una imagen en la calle seguía siendo extraordinario, pero había entendido que muchas veces basta un solo minuto para justificarlo, y siempre que el Señor o la Virgen quisieran.
A los cuarenta y tres guardo en la memoria algunas procesiones extraordinarias que no se borrarán, pero las bullas, las presidencias de traje oscuro y sobre todos las trabajaderas y sus áreas de influencia siguen llenos de quienes creen que el tiempo sólo tiene plenitud cuando se mide por chicotás, que los días mejores son aquellos en los que hay que buscar una procesión (o llevarla sobre los hombros) y que la sucesión de avances con música siempre es pertinente, porque al menos ellos no se cansan, y tampoco tienen nada mejor que hacer un sábado de septiembre.
La diferencia con los que ahora vemos alejarse los años de adolescencia y juventud está en que de estos sí que hay muchos que tienen capacidad para decidir o para promocionar que el tiempo se mida en chicotás y que los días sin procesiones sean descansos casi dominicales, refrescos necesarios en una vida que se alimenta del carburante del paso en la calle. Decía Muñoz Molina, tan necesario de escuchar como pesado en la monomanía anticristiana, que el castellano es una lengua de circunloquios que se ha contagiado del lenguaje de los teólogos, y yo me acuerdo del novelista ubetense cuando escucho todas las justificaciones henchidas de ablativos absolutos, adjetivos y paráfrasis grotescas para explicar lo que en realidad a lo mejor se podría resumir con más honradez y menos retórica.
Porque lo que sí es verdad es que lo que se avecina es una demostración de fe. Ahora que nadie mira los diccionarios, nadie se dará cuenta de que tendrá menos de la novena acepción –«En el cristianismo, virtud teologal que consiste en el asentimiento a la revelación de Dios, propuesta por la Iglesia» – que de la tercera, que es «confianza, buen concepto que se tiene de alguien o de algo». Porque de esa sí que hay. Casi todas las cofradías que van a aprovechar una gran exposición para salir a la calle tienen fe en que lo mejor es ir en procesión con todos los avíos y así darle un passeasso a la imagen, y tienen fe también en que traerse un capataz importado, aunque venga con la condescendencia del cantante de reguetón que firma autógrafos, es lo mejor para la cuadrilla recién huérfana por iniciativa del contratador.

Cortejo del Vía Crucis Magno de 2013. FOTO: VALERIO MERINO

Fe hay bastante en que un paso no puede caminar si no lleva a una banda de viento-metal, a ser posible con ínfulas y casi siempre de las autodenominadas cornetas y tambores, y fe hay poca en que los que irán con cirios aguantando el calor sean algo más que figuración imprescindible. Hay fe en la Puerta del Puente hasta los topes y en la comitiva de pasos, y hubo fe en que bajo la carcasa de una exposición que dejará algunas fotos con móviles estará la entraña de un macrofestival tardoveraniego con pasos que llenan la ciudad y hasta dan la razón a quienes se quejan de los excesos.
La Agrupación de Cofradías, que parece haber tenido una idea que según ha ido avanzando este Woodstock de cornetas y trajes negros ya no es de nadie, no hace más que interpretar muy libremente los fines escritos en sus estatutos: «Velar para que las estaciones de penitencia y demás salidas procesionales de las hermandades agrupadas sean testimonio público de una verdadera fe y dignidad cristianas, procurando fielmente el decoro y seriedad de las procesiones, para mayor esplendor de Nuestro Señor y de su Santísima Madre». Rezar con los pies, repartir la advocación correspondiente por las calles de Córdoba aunque no se sepa muy bien lo que es, dar esplendor con un mote familiar para Jesús, como si no fuese Dios Hijo sino un compadre que toca la trompeta sin saber solfeo.
Muchos echaron de menos los cofrades a gente que les comprendiera y que no censurara sus estaciones de penitencia, las que marcan sus reglas y con las imágenes a las que rezan sus hermanos. Lo dijo San Juan de Ávila, el invitado más extraño de esta fiesta: «Viene Cristo y buen abogado tenemos. Él derramó su sangre por ti. ¿Ha de acusarte? Está rogando por ti, ¿cómo te va a acusar?». A eso se agarraban los que piensan en la Fe cuando se arrodillan en la iglesia los domingos, y que ahora son los más escépticos con la fe desbordada, tocada y caminada de la que se dará testimonio dentro de poco. Como si pensaran si no sería mejor aquel tiempo de resistencia y afirmación en los valores que este buffet libre desmedido que acabará entre los delirios y remordimientos de una noche de digestión de pesadillas.

Liturgia de los días

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