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Blogs La capilla de San Álvaro por Luis Miranda

Cuando la devoción no cabía

Duermen en las iglesias aquellas imágenes que pasearon a hombros de costaleros, pensando en el momento en que alguien las subirá a un altar

Luis Mirandael

Hace dos y tres años en Córdoba no cabía tanta devoción por las calles. Había más procesiones ordinarias que nunca; las que nacían querían perpetuarse y todavía había algunas históricas que se programaban para celebrar que para la Iglesia cada año es de algo. Pocos meses antes de que el Covid dejara vacías las trabajaderas y llenase las calles de mascarillas que no tenían nada que ver con los cubrerrostros, en la ciudad salían en cualquier momento devociones hondas y troncales y otras que apenas rebasaban su barrio o los suyos. Había magnas de entretiempo y grandes acontecimientos históricos, procesiones con imágenes anecdóticas y miradas al baúl de los recuerdos, extraordinarias de muchas expectativas y calles vacías para recibir, sin embargo, a lo que es más importante y cierto que cualquier imagen. Devociones que se nombraban grandes por la historia recorriendo la ciudad entre la indiferencia y se servían en un plato con guarnición de banda de Tejera.
Se ha llorado por ver otra vez a las cofradías de penitencia encerradas, pero nadie parece echar de menos esta devoción que asaltaba en cada rincón del año y convocaba a quienes paseaban por el Casco Histórico con un tambor que se escuchaba a los lejos y que obligaba a buscarlo a quienes no podían resistirse. En Semana Santa la fuerza de la costumbre sacó a muchos a las calles para visitar a las imágenes en sus iglesias o en sus pasos, como si con el tiempo dulce y las tardes largas casi no hubiera más remedio, pero nadie parece recordar ahora no las procesiones tradicionales y las romerías de siempre, sino aquello que pasaba una vez en la vida y se escribía en la historia, o lo que tenía que pasar a ser una tradición.
En este tiempo de Pascua y en el que llegará después de Pentecostés duermen en las iglesias aquellas imágenes que pasearon algún año a hombros de costaleros, con sus bandas de música, sus cuerpos de acólitos y muchas fotografías desde las aceras, pensando en el momento en que alguien las subirá a un altar extraordinario y en la calle habrá una larga cola para verlas. Quizá los mismos que fueron una tarde de primavera tardía o de final del verano.

Liturgia de los días

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