¿Tuvo alguien dudas de que Luis Martín Luna mereciese ser Cofrade Ejemplar de Córdoba? Si las hubo se dijeron sin alzar la voz o pasaron desapercibidas entre la aclamación. No es sólo que de 29 cofradías (de 51 agrupadas, que ese es otro tema para estudiar) votaran a favor 28: el termómetro de las redes sociales ha dejado ver un reconocimiento general como pocas veces se ha visto con el título. Casi todas las hermandades tenían una foto del político popular en una función, en una procesión, con su medalla, y todas eran sinceras en su reconocimiento porque habían visto su trabajo de primera mano.
En estos cerca de treinta años, Luis Martín fue primero el testimonio de que el poder municipal no era enemigo de las cofradías, luego una voz amiga para desatascar algún problema de resolución urgente y siempre una presencia equilibrada entre la representatividad innata del político elegido y la discreción del cristiano que sabe que delante de un altar y cuando se ha consagrado, todos los que visten carne moral son secundarios.
Su éxito y estima radica en su formación religiosa: está sin molestar, acude sentado con los fieles, aunque a veces sea en primera fila, y apoya sin querer saber más que nadie en las hermandades. Lo aprecian porque escucha más de lo que habla y siembra sin preocuparse de que lo que se recoja sea para él.
El respeto de las hermandades es merecido, pero, ¿es Luis Martín un cofrade o un político que ha apoyado a la Semana Santa y a la religiosidad popular con un saber estar exquisito?
El título de Cofrade Ejemplar suele reconocer a alguien a quien las corporaciones reconocen como uno de los suyos. Y muchos recuerdan que Luis Martín era y es todavía un tipo que no ve los altares en las galerías de imágenes, sino en el interior de los templos, y que además de hacer fotografías con el teléfono asiste a los cultos, escucha la Palabra y participa. Los que han hecho lo mismo que él saben que no hay muchos problemas para encontrar asiento en tales ocasiones. Salió en muchas fotografías, eso es cierto, pero no le aprovecharon para honores ni vanidades terrenas, y si fue hermano de muchas cofradías nunca se le recuerda lucha intestina ni que utilizara el derecho a voz y palabra para fastidiar a alguien.
Estuvo en muchos ensayos de costaleros, pero no para hacer llamadas de honor, fue con vara bastantes veces, pero siempre se ha reconocido más con la túnica de su hermandad de Baeza o con el esparto sevillano de Santa Cruz. Tampoco tuvo en las hermandades coches oficiales ni chófer, como decía de sus años de concejal, y nunca se fue de ninguna casa de hermandad sin escuchar todas las cuitas de quienes allí trabajaban y sin darse cuenta de cómo estaban las cosas sin necesidad de preguntar. Podrá decir que las fotografías no recogen ni un diez por ciento de las veces que ha acompañado a las cofradías. Así que sí: Luis Martín es todo un cofrade tan ejemplar y formidable que es raro que tantos cofrades de hoy lo reconozcan como uno de ellos.
Liturgia de los días