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Blogs La capilla de San Álvaro por Luis Miranda

Agudeza visual

Luis Mirandael

 

 

¿Idolatría? No serán los cofrades, ni mucho menos otros cristianos, quienes reprochen a un hombre que se haga un altar con estampas de imágenes sagradas. Y menos cuando se va a jugar la vida, y a perderla, delante de un toro. La película “Manolete”, tan discutida en otras cosas, acierta cuando retrata al diestro besando fotografías en blanco y negro y encendiendo velas para encomendarse a las alturas en el difícil trance de una tarde de toros. Otra cosa sería analizar a las imágenes que aparecen y pensar si no se irá más al tópico que a la fidelidad histórica. En las tres o cuatro veces que aparecen esos altarcitos en “Manolete”, el cofrade tiene que tirar de rapidez visual y memoria gráfica para identificar lo que ve, y muchas veces debe deducir por perfiles y coronas, pero el esfuerzo vale la pena.

Para empezar, llama la atención la presidencia de la Esperanza Macarena, ya devoción floreciente en aquellos años pero que en la devoción de un torero profundamente cordobés a lo mejor no tenía ese lugar de preeminencia. Nada extraño si se sabe que para quienes miran Andalucía desde fuera no hay más Semana Santa que la de Sevilla, y a lo peor hasta llevarán razón. El ojo acostumbrado habrá distinguido también aquella mítica fotografía de la imagen hoy venerada como María Santísima Nazarena, esa de los años 20 en la que por amor de las manos monjiles que la vistieron aparece tal vez como la Virgen más bella y mejor vestida de todos los tiempos. Es la fotografía que ilustra este artículo, y que algún día merecería la pena llevarse a la realidad a color del besamanos para terminar de enamorar a todo el mundo, aunque entonces ya sí que sería imposible pensarla de otra forma. En aquellos años, estaba reciente la participación de la Dolorosa dieciochesca en la procesión del Calvario, pero aún tendrían que pasar años para volverla a ver por las calles. Quién sabe si el torero, nacido en el barrio de Santa Marina, conoció esta imagen casi doméstica entonces. Cordobés también es el Señor del Silencio en el Desprecio de Herodes, pero malamente pudo conocerlo el Monstruo porque su autor, Luis Ortega Bru, lo talló 35 años después de la muerte del diestro.

En las estampas está además el rostro perfecto y sereno del Cristo de la Buena Muerte, de la sevillana hermandad de los Estudiantes, también difícil de encajar en la personalidad de Manolete aunque fuera paisano de su autor, pero se deja ver en un par de ocasiones. El ojo del cofrade no ha distinguido las auténticas devociones de Manolete, las que están presentes en sus crónicas. Jesús Caído, de cuya torera cofradía fue hermano mayor, ni el Cristo de los Faroles, ni San Rafael, omnipresente en la ciudad. No hubiera desentonado Aquella cuyo nombre llevaba su madre, próxima al mismo barrio en que reinaba, y por supuesto que tendría que haber estado por encima de todas la Virgen de los Dolores, su gran devoción, Aquella que sí debió presidir su altar. Cuesta mucho pensar que Manolete, antes de pisar el albero, no se encomendara a la Señora de Córdoba en una gran fotografía con la majestad enlutada de su llanto.

Liturgia de los días Luis Mirandael

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