Truenan las cornetas el mismo Domingo de Ramos porque se sabe con certeza que el Señor va a resucitar, pero ahora, cuando lo ha hecho y ha llenado de blanco y luz las iglesias, todo ha quedado en la intuición de la cera rizada y de las cofradías de barrio. El alma se ha saciado en estos días, aunque no la hayan dejado completar el ciclo con la procesión radiante que desde Santa Marina cuenta que el cristianismo es la religión de un triunfo sobre la muerte.
Ahora que se ha apagado la música quizá hubiera sido el momento para agotar un poco más los oídos, felices y llenos, con himnos de Resurrección y música sin asomo de tragedia, como si hubiera que completar un proceso que no se quedara en la tarde solemne de un Viernes Santo. Pero bien sabe el corazón que, aunque uno piense que la Fe está por encima de todo, también la pasión es una suerte de estampa sensual, como bien decía Núñez de Herrera, y por eso incluso el llanto por Cristo muerto en la cruz hay que hacerlo con la hondura de Juan de Mesa, la desbordada contención de Font de Anta y la estudiada sangre de los claveles de un calvario. Porque son medios para llegar a Dios, pero nunca los medios fueron más importantes.
Días habrá para meditar en la importancia de aquella mañana, trascendental más que ninguna de la Resurrección, y también para pensar en el drama de la cruz de cuyo árbol fértil y cruel todo nace. La Semana Santa es una celebración de su importancia y de su belleza y ahora habrá que caminar con la añoranza y con las esquirlas de sus días pegadas en la piel como dulces adherencias de nostalgia.
Liturgia de los días Luis Mirandael