Después de un Vía Crucis tan exquisito como el del Señor del Perdón siempre quedan imágenes en la memoria. Las previstas en una tarde que ya era de primavera y las que tienen que ver con la imagen, pero también detalles que llegan sólo según los ojos que miran, y que las llevan a un alma que está llena de recuerdos. A mí me golpeó el martillo que estaba en la parte trasera de la peana sobre la que iba el Señor, la soberbia peana de carrete de Jesús Preso de Cabra, y con aquel mazazo me brotó la sangre de los recuerdos profundos, los que están escondidos pero permanecen intactos y sin manosear. En cofradías martillo ya significa otra cosa, pero este era un martillo literal, de carpintero, y quería contar a los fieles, y en el siglo XVIII la mayoría no sabían leer, que había servido para clavar a Cristo en la cruz.
En las demás caras de la peana abundaban aquellos instrumentos: las tenazas con que se machadianamente se desenclavó al Señor, un cuchillo o navaja, que probablemente sería con el que el San Pedro cortó la oreja a un judío cuando llegaron a prender a Jesús (y que el Maestro repuso con un reproche al apóstol) y la lanza que se hundió en el costado del que manó sangre y agua. Aquellos útiles, que llegarían al pueblo porque eran parecidos a los que tenían en las manos, eran un viaje a una forma antigua de entender la Semana Santa en que la Pasión también se contaba por sus instrumentos. Es la misma de las cruces de guía de la Exaltación y del Gran Poder, por ejemplo, que tienen la caña con vinagre, la mano que golpeó al Señor, las escaleras para bajarlo del madero, el aguamanil del lavatorio y hasta el gallo que confirmó la terrible culpabilidad de las negaciones.
Son de la misma hornada que los angelitos del siglo XIX de las Angustias, que llevaron látigos y escaleras según las fotos antiguas y que recuperaron sus atributos desde hace pocos años, o de los que acaba de incorporar el Vía Crucis para sus cultos. A mí me recuerdan también a los que conocí en mi pueblo de chico: los ángeles de Miguel Arjona para Nuestro Padre Jesús, aquella cruz de guía de Viernes Santo y los respiraderos del paso de la Virgen de la Paz y Esperanza en que estaban los clavos, las tenazas y los dados con que se echaron a suertes la túnica del Señor.
Eran otros tiempos en que la fiesta contaba la Pasión y Muerte de Jesús y se enseñaban los objetos como se relataba desde los púlpitos. La Iglesia y la Semana Santa han cambiado y hoy los ángeles juegan como bebés entre la hojarasca y los motivos vegetales hasta que de vez en cuando un martillazo golpea en la cabeza y destapa el abismo insondable de la memoria.
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