Duele. No abrasa el flagelo despiadado en la piel como en el Cristo de la Universidad, ni se viene encima el cielo como al oír los agudos extremos y enloquecidos de la marcha de Nicolás Barbero, ni dan ganas de apartar la mirada como en alguna película violenta y vacía. Pero duele mucho. Todo está en unos pocos centímetros, como si al hacerlo más grande el corazón del cristiano no pudiera soportar tanto y se desmayara, como aquel alma de San Juan de la Cruz -”apártalos, Amado, que voy de vuelo”- que se llenaba de un Dios que lo dejaba todo vestido de su hermosura.
Ni el cristal que protege ni la majestad de las imágenes que le rodean quitan protagonismo a la mirada entre la trascendencia y el perdón, a los ojos que aguantan y enseñan por qué no se doblan las rodillas y se despellejan con la piedra, a la espalda que se ofrece generosa como después se darán los hombros para la cruz y las manos para los clavos.
Pasó la crisis de la oración en el huerto, pasó la negación y la soledad y Jesús trasciende hacia el cielo todo el dolor de su redención. Encuentra al espectador que tantos siglos después va buscando arte y se marcha rozando lo sobrenatural, perseguido por una mirada clara y dulce, como si un millón de latigazos no pudieran dar ni un brillo de dureza a los ojos que sólo tienen Amor.
Hay toda una pasión contenida en el Cristo Atado a la Columna que hoy Córdoba tiene la fortuna de ver en la Diputación. Por la fuerza, el dramatismo y la ternura de Gregorio Fernández, aquel genio incontenible y sorprendente que viene a despertar a quien piense que Andalucía es el ombligo de la imaginería del mundo, 40 centímetros toman la dimensión de varios metros, y no habrá quien salga de la exposición que no haya podido prendarse para muchos días.
Entre tesoros de Juan de Mesa, Montañés, Duque Cornejo, Luisa Roldán y Risueño se puede ver a este Atado a la Columna en la exposición “Tesoros Marianos”, que organiza la Archicofradía del Carmen.
No estará hasta el final. Se marchará a Valladolid dentro de dos semanas. Quienes todavía no hayan estado frente a este gigante, que no dejen pasar ni un segundo. Si la Cuaresma es reflexión y penitencia contemplando la Pasión en el arte sublime y transfigurado, pocas tan plenas como ésta habrán vivido.
Cuaresmario Luis Mirandael