Tal vez ningún otro objeto en la historia de la humanidad haya causado la fascinación que transmite la Sábana Santa de Turín, no sólo a los creyentes sino también a los agnósticos. Cuando otros objetos sagrados, como el Santo Grial, la Vera Cruz o la Santa Lanza, viven o sobreviven más gracias a su carácter de temas literarios que a sus pretensiones de veracidad, la Síndone muestra, por el contrario, en la actualidad, un extraordinario vigor que ni la controvertida datación del carbono 14 ha podido debilitar.
Desde que Secondo Pía, el fotógrafo italiano, nos hizo, hace más de un siglo, el regalo de ese negativo que es en realidad el positivo de la imagen de un hombre cruelmente torturado y muerto, pero lleno de majestad y placidez eterna, los ojos que se han fijado en él no han podido quedarse indiferentes. O han visto al Hombre-Dios capaz de triunfar sobre la muerte o no han querido verlo y han tenido que imaginar entonces fraudes inexplicables que, por su propia naturaleza novelística o fantástica, ponen en entredicho el confeso escepticismo de sus autores.
La Sábana Santa es la piedra de escándalo de nuestro tiempo. Todo el mundo se desconcierta ante ella. Los ateos porque piensan que se les pueda venir abajo la socorrida arquitectura del carpe diem, su cómoda renuncia a creer en algo trascendente. Los creyentes porque intuyen que la demostración científica de su creencia destruiría el sentido último de la religión. La fe sin misterio no es verdadera fe. La Iglesia, incluso, no permite nuevas dataciones con carbono 14 que verifiquen o, más probablemente, corrijan la anterior, ni anima las expectativas de autenticidad del lienzo, aún a sabiendas de que los indicios que la apoyan van siendo abrumadores. Quizá porque contemple esa posibilidad como la señal misma del final de los tiempos, como la consumación anunciada de la segunda venida de Cristo, que es lo que supondría, en realidad, una resurrección probada. La Iglesia sabe que no conviene a la fe probar nada. Su reino no es de este mundo y nada de este mundo la puede satisfacer. Ni siquiera probar que el otro existe…
Pese a ello, algo se mueve en Córdoba. Este jueves de pasión marcará un hito en la historia de la espiritualidad cordobesa. Un nuevo milagro de la imaginería acrecentará en las calles la devoción de las gentes y restaurará el profundo sentido sacrificial que la sustenta. El Cristo de la Universidad, en el riguroso ejercicio de su docencia, nos desvelará el misterio del dolor, sin el cual no puede ser comprendida la fe cuyo símbolo es un despojo humano prendido a un madero con forma de cruz, pero también el de la esperanza que necesariamente ha de guardar el lienzo que cubrió ese despojo.
Para esto, Miñarro, ha resucitado artísticamente al Hombre de la Síndone. Para ofrecer una catequesis de patetismo a las damasquinadas sensibilidades cofrades que olvidan con frecuencia que el Señor al que sirven, sea cual sea su advocación, será siempre aquel de la humanidad más lacerada. Aquel que en una sencilla sábana dejó el meticuloso testimonio de su sacrificio junto a la garantía más cierta de su resurrección. Para que confiásemos en su misión divina.
(Artículo publicado en las páginas de opinión de ABC Córdoba el jueves 14 de abril de 2010)
Cuaresmario Luis Mirandael