“Más pronto que tarde empezará a hacer agua la inflación cofradiera de nuestra ciudad. El café para todos de la época de Infantes Florido no tenía sentido. A veces pienso que nos sobran diez cofradías”. Las palabras no son mías, sino de un querido amigo, buen cofrade, que me las puso hace unas semanas en un correo electrónico. Son palabras terribles, ¿verdad?, y tremendamente exageradas, ¿no es cierto?
Mi amigo no lleva razón. A diferencia de lo que él pronostica, en Córdoba faltan ocho o diez cofradías, todas ellas —cómo no— con pasos de misterio mientras más inverosímiles por el número de figuras que lleven encima, mejor. Hay muchas razones para abrirles paso: como todo el mundo sabe, las 36 hermandades que ahora hacen estación están saturadas de nazarenos y no tienen sitio para ni uno más, como es fácil comprobar en estos días de reparto de papeletas de sitio. ¿Costaleros? Hay colas y listas de espera en la totalidad de los pasos, con centenares de jóvenes frustrados porque no se pueden meter bajo las trabajaderas. Además, las juntas de gobierno están a reventar: hay tanta gente trabajando que las cofradías no saben ya qué hacer ni en qué proyectos meterse, porque con tantos brazos ayudando se sienten desbordadas, y cada mínima iniciativa se agota enseguida porque se cumplen al instante las expectativas.
¿Formación? Estamos llenos de doctores y doctorandos. Todo el mundo sabe perfectamente todo lo que hay que saber y vive como hay que vivir, y si alguien osa levantar la mano a preguntar o tiene una opinión diversa de la del «stablishment» mayoritario se le cuelga el sambenito: «es un anticuado que está ya muy visto, y encima se cree que sabe».
No se preocupen, amigos lectores. En Córdoba está todo muy bien, hacen falta ocho o diez hermandades, o doce —todas ellas con paso de misterio, túnica de capa y agrupación musical— y los agoreros de las cofradías deben ser eliminados sin piedad, no vaya a ser que alguien los crea y empiecen a hacerse cosas que modifiquen el «status quo».
Cuaresmario Luis Mirandael