A la memoria de mi madre
Hoy es el día. Ha llegado sin aspavientos, secretos ni ocultaciones. Miles y miles de golpes de gubia —más que golpes son caricias de manos con metal sobre cedro virgen—, miles y miles de besos de oro puestos con celo y con paciencia sobre la última capa de bol —olvidado el tiempo—, arabescos increíbles de cromosoma barroco, pinceladas de color y vida sobre la piel angelical vestida de madera.Hoy podrán verse y, sobre todo, pasarán de ser un ímprobo pero sólo material trabajo de herramientas y pinceles a convertirse en ornamento sagrado que soporte el dulce peso de la Cruz y la solidez indestructible de la Misericordia.
Hoy, hoy es el día. A través del recobrado rosetón, la memoria volverá a las naves fernandinas, si es que alguna vez se había marchado, y a la inevitable nostalgia de unos nombres —los Díaz, Paco Santiago, José Callejón— se sumarán otros nombres y apellidos en la consecución de un crecimiento que no tuvo que partir de cero: el trabajo básico llevaba hecho casi siete décadas, sólo ha habido que re-crearlo para que —Dios mediante— las nuevas generaciones de nazarenos blancos con ancha faja morada sigan identificándose con la herencia que hoy mismo empezarán a recibir. Estos nuevos cofrades —Jesús, Fernando, Antonio, Diego, Carmen, David, Tomás, Rocío, Rafael, Carlos…— son noveles en la cofradía, de hecho no llevan ni dos décadas en este mundo; no son al cien por cien como sus padres, pero llevan sus genes en el cuerpo y también en el espíritu: eso mismo se ha querido conseguir con lo que hoy, por fin, podrán los cordobeses cofrades contemplar después de casi tres años de espera.
Cada día es un eslabón entre el pasado y el futuro, el tiempo es una enorme maroma tendida entre las dos manos de Dios. El eslabón de hoy tiene algo de bisagra: por una parte sostenido en la firmeza del cancel, por otro entregado a la ágil movilidad de lo que transcurre.
Hoy, esta tarde, a las ocho y cuarto, en la Basílica Parroquia de San Pedro.
Cuaresmario Luis Mirandael