Cuando voy a un restaurante y pido un filete con patatas que voy a pagar, no quiero que sin mi permiso me pongan una guarnición de patatas, zanahoria, pimiento, cebolla y tomate, porque eso sería una menestra; si la casa decidiera invitarme tal vez no tendría problema en aceptar, pero cuando pido filete con patatas —que voy a pagar, insisto— quiero filete con patatas; es fácil de entender, ¿no?Pues no debe de ser tan fácil porque, desde hace unos años, cuando una cofradía contrata una banda de cornetas y tambores —a la que paga—, se encuentra con que la guarnición se incrementa, por lo que voy viendo cada año más, con instrumentos de viento que no son cornetas. De hecho, estas bandas se están asimilando sin darse cuenta —o, peor aún, con toda intención— a las llamadas «agrupaciones musicales», contra las que no tengo nada en absoluto, pues éstas van por derecho y dicen abiertamente lo que son. Pero no es raro, en efecto, ver bandas oficialmente de cornetas y tambores en las que la familia de viento ha incorporado hasta una decena, o casi, de parientes más o menos cercanos como trompetas, fliscornos y otros, que casi siempre ocultan y casi nunca realzan los posibles aciertos o fallos de las cornetas.
Me gustan, en todas las modalidades musicales de Semana Santa, las marchas clásicas, y las modernas que tienen calidad (pocas). En la forma que nos ocupa me gustan, por ejemplo, «Soledad de San Pablo», «Cristo del Amor», «La Paloma», «Réquiem» o «Silencio blanco», pero sólo con el sonido de las cornetas y los tambores. Lo que no me gusta es que se quieran meter matices secundarios donde no los ha habido nunca, porque sería como aclarar con Photoshop las zonas oscuras de «La Gioconda» para ver lo que Leonardo prefirió dejar en sombra; yo pienso que hay que dejar a «La Gioconda» como su autor la pintó, y el «Quijote» como lo dejó Cervantes, y no reescribirlo como alguien piense que lo habría escrito si hubiera conocido el Word.
Cuaresmario Luis Mirandael