Al Remedio de Ánimas le ha salido un competidor de lujo en la Semana Santa cordobesa. Ya no es el único capaz de provocar escalofríos en los cofrades más bragados. El Cristo de la Universidad ha llegado para compartir misterio y estremecimiento.
Si aquel funda en la muerte su testimonio, éste está muerto con fundamento. Si aquel parece tener la sangre azul de la majestad, este la tiene roja de humanidad. Si aquel abre entre sus brazos un velo de tinieblas, este es el fuego que desvela la noche. Si aquel, por su voluntad, desciende a los infiernos, este, por la suya, se levantará del sepulcro…
Ciertamente, este no es un Cristo para encontrárselo a solas al torcer una esquina. Por eso Córdoba se desbordó el jueves por la Judería. Nunca se ha visto tanta bulla para una cofradía que menos la requiera. Pero nunca tampoco se ha visto bulla más silenciosa, más convencida de la solemnidad del acontecimiento. Las gentes de Córdoba dieron antesdeayer una prueba de madurez cofrade. Muchos jóvenes, excelentes jóvenes, mostraban calladamente su asombro, su admiración, acaso su desconcierto, ante el magisterio inaugural de este Cristo universitario. Tal vez a alguno de ellos le oí musitar, como a Longino, estas palabras: «En verdad este era el Hijo de Dios». Y, como entonces, tal vez vimos de nuevo que manaba sangre y agua de su costado, sangre y agua imperecederas, sacrificio y vida que ya fructificarán para siempre entre nosotros…
Y, como es natural, Sevilla, en los foros, se resiente, se rasga las vestiduras, llora como discípula lo que no supo defender como maestra, que el Cristo de Miñarro, de un sevillano, se les haya ido de las manos. Además, a Córdoba, tan cerca y tan lejos… Nuestra ciudad, pues, está de enhorabuena. Reúne ahora a dos imágenes singularísimas, más una tercera que suaviza la siempre competitiva dualidad. Están clavadas tres cruces en el mejor Calvario del mundo: Ánimas, Universidad y Caridad. Tres Cristos diferentes y un solo arte verdadero. He aquí la auténtica Córdoba de las tres culturas.
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