Como si fuera lo más natural del mundo, como un príncipe predestinado a reinar, Magnus Carlsen se acaba de proclamar de forma oficial campeón del mundo de ajedrez. Otro gravísimo error de Viswanathan Anand en una posición igualada puso en bandeja una nueva victoria al noruego, que devolvió el favor dos jugadas después, quién sabe si por un desconocido sentimiento de piedad, porque también es humano o porque su cabeza sólo buscaba rápidos caminos hacia las tablas. Fue una inesperada zozobra en la despedida del pentacampeón. Carlsen, de 22 años (los mismos que tenía Kasparov cuando subió al trono), ha vencido sin sufrir ni un rasguño. El indio jugaba en casa ante cientos de millones de aficionados y se había preparado como nunca –llegó a perder diez kilos–, porque sabía que su increíble talento natural no sería suficiente esta vez. Y no lo fue.
Sólo las máquinas superan, y por muy poco, a este chaval que promete llevar el ajedrez a otro nivel. Magnus Carlsen rompe todos los esquemas conocidos en el universo de las 64 casillas. Cotizado modelo de ropa, es un icono que ha logrado hacer del ajedrez masculino un juego sexy y que además juega con la implacable precisión de los ordenadores, sin abandonar lo más importante en su oficio. Para derrotar a sus rivales, no parece exprimir todo su talento. Él aprieta poco a poco hasta que las resistencias saltan por los aires. Quizá lo único que le falte ahora sea un rival de su talla, un gran maestro que convierta los duelos entre ambos en legendarios. Es preciso que Caruana, Giri, So, Rapport, Salgado o algún otro tengan el mismo efecto que Djokovic sobre Nadal, que lo exijan al máximo, una vez superada la gloriosa época del talento natural de Federer/Anand.
La última partida en Chennai podía haber sido como la etapa final del Tour, pero Carlsen no tiene amigos ni hace prisioneros. Parecía cantado que, salvo grave error, en algún momento ambos se conformarían con la dignidad de las tablas. El vigente campeón evitaría una sangría mayor y el nuevo rey tendría motivos de sobra para estar satisfecho. No fue tan sencillo.
Después de una defensa siciliana –¡por fin!–, Carlsen escogió una línea tranquila y empezó a aplicar su técnica de serpiente pitón, pero después del grave error de Anand en la jugada 28, le entraron las dudas. ¿Vio clara la victoria y se le ablandó, después de todo, su corazón? ¿Falló, simplemente, igual que su rival? ¿Quería ganar, pero no así? Después de perdonar con un error no menos grave, se produjo un cambio masivo de piezas que condujo a un largo y difícil final en el que Anand logró sobreponerse para conseguir las tablas. Después de 65 jugadas y cinco horas de juego, se firmó el armisticio que ponía fin a la tortura, durante la cual el indio llegó a comerse las uñas, literalmente, como pudo verse en la retransmisión del duelo en la página oficial.
En realidad, con el 6,5 a 3,5 final ambos cumplían el guión previsto por Arpad Elo, físico de origen húngaro que inventó el sistema de puntuación que rige desde hace décadas la clasificación mundial. Según su modelo, de acuerdo a los puntos Elo de Anand y Carlsen, era justo ese 6,5 a 3,5 el resultado más probable. Las matemáticas no entienden, claro, de factores como jugar en casa, la motivación o el entrenamiento que ha seguido cada uno ni los nervios que puede sentir un chaval de 22 años que está a punto de proclamarse campeón del mundo. Magnus Carlsen tampoco. ¿O sí? En todo caso, Mozart amansó al Tigre.
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