Desde la creación del Estado de Israel, el país ha tenido que construir su proyecto nacional en una de las zonas naturales más agrestes del planeta, en una de las regiones del mundo más complejas políticamente, rodeado de un vecindario poco amistoso e infeliz hacia la realidad creada por su presencia entre ellos y sometido a la presión inmediata por la supervivencia frente a aquellos que han apostado por su desaparición a través de guerras y de conflictos sucesivos.
No obstante, a pesar de este contexto, Israel está realizando, en los últimos meses, avances diplomáticos gigantescos gracias a los Acuerdos de Abraham – firmados con Bahréin y con los Emiratos Árabes Unidos, en agosto de 2020, bajo el patrocinio del presidente de Estados Unidos (EE. UU.), Donald J. Trump- y a los acuerdos similares y subsiguientemente ratificados con otros países árabes de su vecindario más próximo.
A lo largo de décadas, ha existido, en ciertos países y en ciertos sectores de opinión, de forma simplista, maniquea y dogmática -cuando no, abiertamente antisemita-, la percepción de que Israel es la raíz y la causa responsable de una situación, a veces, intratable, de conflicto, de choque entre religiones y de guerra y de paz sucesivas.
Sin embargo, en la vida de las personas, también, de las naciones, ocurren y se desarrollan, a veces, acontecimientos que se convierten en una fuente inesperada de beneficios y de felicidad: serendipity.
En 2009, Dan Senor y Saul Singer publicaron su ahora famoso Start-up Nation. The story of Israel’s Economic Miracle.
Lo inesperado y lo beneficioso ocurrió.
El mundo comenzó a observar a Israel de forma distinta.
Israel pudo mostrar al mundo una realidad diferente de sus logros como nación.
Incluso, el gobierno de Israel, sin él haberlo buscado de forma consciente, se encontró con un concepto -formulado de forma breve, atractiva y de impacto-, que se convirtió en una palanca de diplomacia pública muy valiosa para su país.
En 2008, mientras una parte importante del mundo se dejó subir, inconscientemente, a la montaña rusa de “La Gran Recesión” -sin poder imaginar el corolario posterior de sus consecuencias económicas, sociales y políticas- y mientras la tecnología transformaba, de forma disruptiva, los tradicionales modelos de negocio del siglo XX, Israel se convertía -obviamente, por la realidad de unos hechos sostenidos en el tiempo y no, por la fortuna de la publicación de un libro y de su atractivo título- en el faro de referencia y en el ejemplo del desarrollo económico y empresarial que está por venir.
Israel, con más de 5,000 start-ups, es ya reconocido como uno de los líderes internacionales de innovación y de emprendimiento en el mundo y así lo constatan los índices mundiales más prestigiosos sobre esta materia.
Las razones que hay detrás de esta realidad son numerosas y de efecto combinado.
Por una parte, destacan la calidad de las universidades y el número de ciudadanos con educación terciaria en Israel.
Además, estas universidades no son centros de excelencia académica aislados, dentro de sus torres de marfil, de la realidad del país, ya que existe un altísimo nivel de colaboración entre éstas y las industrias y las compañías privadas.
Por otro lado, el gobierno apoya decididamente la investigación, el desarrollo y la innovación (I+D+i), públicas y privadas, que estén enfocadas a la creación de servicios y de soluciones comerciales para los mercados y que den respuestas a necesidades de los consumidores y de los ciudadanos.
De hecho, la inversión del gobierno de Israel en I+D+i es del 5% de su Producto Interior Bruto (PIB), es decir, la segunda más alta del mundo, sólo detrás de la de Corea del Sur.
Además, el gobierno israelí estimuló el surgimiento, el desarrollo y el crecimiento del sector nacional del Venture Capital, es decir, de aquellos inversores dispuestos a aceptar riesgos más altos que los de la media de los mercados para apoyar el lanzamiento o el escalado de compañías nuevas.
En la actualidad, en Israel existen más de 300 compañías en sectores de alta tecnología y, por lo tanto, de alto valor agregado, que han convertido al país en un entorno de innovación empresarial en competición directa con la región de Silicon Valley, al sur de San Francisco, en California, que es la líder mundial en este terreno.
En concreto, en lo que se refiere a la industria de la ciberseguridad, Be’er Sheva, en medio del desierto del Neguev, al sur de Tel Aviv, se ha transformado en un nodo de nuevas empresas tecnológicas, que, en la actualidad, atraen el 25% de toda la inversión mundial en este sector.
Este es un efecto virtuoso derivado de la inversión que realiza el Estado de Israel -hasta un 6% de su PIB, cuatro puntos porcentuales superior a la de la media de los países de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE)- en aplicaciones militares y de seguridad.
Otro ejemplo es el de la industria del tratamiento del agua, que, gracias a la innovación en desalinización, en reciclado y en irrigación, ha conseguido transformar Israel en un vergel y hacer habitable un territorio que es desierto en un 70% de su superficie.
La lectura de Let There Be Water, de Seth Siegel, es muy inspiradora a este respecto.
Con todo, en el sustrato de este entorno favorable hacia la innovación están las personas.
Israel, con su acogida permanente de judíos de la diáspora, ha sabido beneficiarse enormemente de la llegada de población altamente cualificada desde numerosos lugares de todo el mundo, muy especialmente, a partir de la década de los 90 del siglo pasado, desde los países de la antigua Unión Soviética.
Por último, la cultura del país, que, en gran medida, hace eco de los valores y del espíritu de los fundadores del Estado de Israel, empuja a tomar riesgos, a aceptar los errores cometidos y a tener la insaciable ambición de aprender de ellos.
En 2019, España exportó a Israel bienes y servicios por valor de €1.532,7 millones e importó desde Israel por valor de €731,4 millones.
A pesar de este ligero superávit comercial, España tiene mucho que aprender de Israel en el sector de la innovación y de la tecnología, que todavía no es un componente destacado en esta relación comercial bilateral entre ambos países.
No obstante, la emulación principal que deberían realizar los países, que, un día, quisieran seguir el ejemplo de Israel, para transformar sus modelos productivos en economías emprendedoras y en líderes mundiales en los ámbitos tecnológico y digital, debería ser la de los valores de Israel como nación.
Israel es una sociedad democrática, altamente cualificada -gracias a su hambre insaciable de aprendizaje-, abierta, libre, vibrante -por su capacidad de cuestionar todo-, sin miedo a equivocarse y dispuesta a seguir aprendiendo y peleando por ser mejor.
Para todo el que quiera aprender de ella, este es el modelo y el ejemplo de la nación emprendedora que Israel es.
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Versión modificada de la publicada previamente en este mismo blog el 10 de febrero de 2018.
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