La guerra actual entre Estados Unidos (EE. UU.), en particular, y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en general, por medio de su mandatario con poder especial –proxy war, en inglés-, es decir, Ucrania, y la Federación Rusa podría tener tres resoluciones de acuerdo con los siguientes escenarios.
En primer lugar, podría darse una finalización del conflicto en un tiempo breve, quizás, de semanas.
Si así fuera, con independencia del resultado de los combates que están teniendo lugar en suelo ucraniano -oficiales de Fuerzas Armadas de países miembros de la OTAN estiman que no podría ser otro que la rendición del gobierno de Ucrania, tras la presumible aniquilación de lo mejor de sus Fuerzas Armadas, que están situadas, actualmente, en la región del Donbas, y el despiezado de su territorio actual-, el mundo entraría en una fase aguda de enfrentamiento entre dos campos en abierta competición -Occidente, es decir, EE. UU. y la Unión Europea (UE), que forman lo que se viene en denominar como Occidente global u Occidente colectivo, por una lado, y Rusia, China y sus aliados en Asia, África y América Latina, por otro lado-, que haría revivir, con las diferencias de las circunstancias y del momento histórico, una nueva Guerra Fría.
En este caso, el componente militar tras el conflicto no sería el elemento central de las relaciones internacionales futuras, sino, más bien, lo fundamental del orden internacional que surgiría de esta guerra serían las relaciones políticas y diplomáticas entre los principales actores e interlocutores, que, probablemente, modificarían la arquitectura del sistema internacional presente y del funcionamiento de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y de las organizaciones regionales en todos los continentes.
En segundo lugar, la guerra en Ucrania podría tener una larga duración, no de semanas, sino, de meses, de un año o, incluso, extenderse más allá en el tiempo.
De hecho, hay muchos actores directamente involucrados en este conflicto -EE. UU., la OTAN, la UE o el Reino Unido-, cuyos dirigentes están confesando, en público, que sus objetivos para esta guerra son “prolongar la guerra lo máximo posible”, “derrotar militarmente a Rusia” o “imponer a Rusia el mayor castigo y daño posibles”.
Los objetivos políticos de todos estos actores son, sin duda, sorprendentes, cuando se escuchan sus manifestaciones.
El mundo que surgiría, en el caso de que esta alternativa se materializara, estaría recorrido por la tensión y el foco de las partes beligerantes y de sus asociados serían los aspectos militares, y no, los políticos, a escala global y se impondría un nuevo marco de entendimiento para las relaciones internacionales.
En vez de una nueva versión de la Guerra Fría, el mundo viviría inmerso en un conflicto prolongado.
Por último, se podría dar un escenario en el que el actual conflicto militar se desbordara.
De suceder esto, el número de adversarios aumentaría, más allá de los actuales, otros países podrían ser arrastrados o empujados al mismo, intencionadamente o no, y el mundo estaría abocado a una nueva versión de una Guerra Mundial, que podría ser, parcial o completamente, de carácter nuclear.
Esta parece ser la opción favorita de Biden y de su equipo.
Al menos, esto es lo que Tucker Carlson, periodista estadounidense del canal de televisión Fox News, afirmó en la edición de su programa, Tucker Carlson Tonight, del 6 de mayo de 2022, que se tituló “Violence is already beginning –La violencia ya ha comenzado, en español-.
Carlson está persuadido de que el gobierno de Biden está decidido a empujar a Occidente en la provocación de una guerra abierta contra Rusia, que acabaría siendo nuclear, a través del apoyo financiero y militar que está prestando al ejecutivo del país más corrupto de Europa, Ucrania, que fue, precisamente, el que sobornó generosamente a su hijo drogadicto, Hunter, quien, además, se involucró en aquel país en negocios y en actividades siniestras sobre las que, hasta el momento, sólo hemos visto y oído una parte minúscula de las mismas.
En cualquiera de los tres supuestos anteriores, los países involucrados en esta contienda no deberían olvidar que, según Clausewitz, la guerra no es más que la diplomacia o la política desplegadas a través de otros medios y que, al final del enfrentamiento, debería encontrarse un acuerdo político entre las partes.
En realidad, si este hubiera sido el tren de pensamiento de muchos, con la aplicación de los Acuerdos de Minsk de 2015 y con la garantía de que Ucrania no fuese a acceder a la OTAN hubiera sido, probablemente, suficiente para evitar este conflicto.
En el punto en el que, ahora, se encuentra esta situación, cuanto más tarde se llegue a ese acuerdo político necesario para cerrar esta guerra, más alto será el precio que tendrán que pagar Ucrania, por medio de su mayor pérdida de territorios, y el mundo, en general, y Occidente, en particular -sobre todo, muy especialmente, Europa-, a través de la crisis económica monumental a la que se están viendo abocados de forma suicida.
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