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Turquía: el lastre de la política sobre la economía

Turquía: el lastre de la política sobre la economía
Jorge Cachinero el

 

“Reputación y generación de valor en el siglo XXI” (LIBRO) por Jorge Cachinero en libros.com

La economía de Turquía crecerá un 2% en 2017 y un 3% en 2018, de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. El crecimiento de su Producto Interior Bruto entre 2010 y 2016 ha sido de un 25%, es decir, tasas equiparables a países asiáticos emergentes.

Algunos de los factores internos que provocaron la contracción económica de 2016 y la falta de confianza en el futuro económico del país -golpe de estado, terrorismo o incertidumbre política- están desapareciendo, el consumo doméstico está volviendo con fuerza y tanto exportaciones como importaciones están aumentando.

Este ritmo de crecimiento es notable dadas las complejidades del vecindario de Turquía y la confianza de los ciudadanos turcos en el futuro de la economía está mejorando, aunque, todavía, es débil.

La tasa de utilización de la capacidad productiva del país se ha incrementado, si bien, no es suficientemente fuerte -se encuentra en torno al 78%-, y el índice de desempleo es 10.9%. La tasa de inflación es 8.5% -los precios de la energía y de los alimentos crecen- y el gobierno está intentado controlarla mediante su política monetaria.

Finalmente, el problema del déficit por cuenta corriente del país se agrava ya que la economía de Turquía es muy dependiente energéticamente -de sus precios y, en lo que al gas se refiere, de Rusia, con quien está normalizando sus relaciones- y del flujo de turistas extranjeros, que descendió en los últimos años.

El potencial de la economía turca es mayor de lo que se preveía, las reformas económicas del año 2000 están dando sus frutos, la población del país no está, en absoluto, envejecida, y la revolución de las clases medias se ha completado.

Para España, estas expectativas son importantes ya que su relación comercial con Turquía vale USD $10,2 billions anuales, 600 compañías españolas operan allí, especialmente, en el sector financiero, y es la octava fuente de inversión directa extranjera.

Turquía es un mercado atractivo para la inversión, si bien debe hacer frente a determinados retos y riesgos.

Por ejemplo, su clase media debe mudar hacia la sociedad del conocimiento y de la digitalización, es decir, la de las habilidades de alto valor añadido y de alta tecnología.

Por otra parte, debe continuar aprovechando su ubicación geográfica como centro natural de conexión de las economías occidentales más ricas y las emergentes asiáticas.

Por último, debe gestionar sus dos riesgos económicos más importantes: el tipo de cambio de la lira, en un país cuya economía está tan dolarizada que la hace muy dependiente de las decisiones de la Reserva Federal de los Estados Unidos (EE.UU.), y la tasa de inflación, que socava su competitividad.

La base más sólida de apoyo para el gobierno turco es la fortaleza de su economía. Su resiliencia es la que le hizo transitar rápidamente desde la contracción al crecimiento.

Sin embargo, Turquía ha de trabajar en la narrativa y en los hechos que definen su equity story ya que existe una gran brecha entre la realidad económica del país y las percepciones que, sobre Turquía, existen en gran parte del mundo por razones que, fundamentalmente, son de naturaleza política.

La política interna es la que le impide capitalizar la buena marcha de su economía. Esta contradicción se manifiesta en su relación con la Unión Europea (UE) y con los EE.UU.

Aun no siendo parte de la estructura política de la UE, el pasado 25 de abril, la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa –Parliamentary Assembly of the Council of Europe (PACE)- decidió renovar su supervisión sobre Turquía hasta que fueran “abordadas de forma satisfactoria” sus “preocupaciones serias” sobre los derechos humanos, sobre la democracia y sobre el imperio de la ley.

La frustración con respecto a la UE crece y toma sesgos más emocionales que racionales. El estancamiento de las negociaciones de acceso a la UE se interpreta en Turquía como muestra de “falta de respeto” o de “ausencia de trato justo”.

El progreso en la incorporación a la UE de países de los Balcanes da pábulo en Turquía a la creencia de que existen razones culturales -incluso, religiosas- en la ralentización de sus propias negociaciones. El que la UE aceptara la solicitud de Bosnia y Herzegovina a formar parte de la Unión en septiembre de 2016 es utilizado entre las clases dirigentes turcas como ejemplo de ese supuesto trato discriminatorio.

Por otra parte, el presidente Erdogan no obtuvo nada de lo que esperaba de los EE.UU. durante su visita al presidente Trump de mayo pasado. La realidad es que la relación entre los EE.UU. y Turquía siempre ha sido de espectro muy estrecho: de hecho, está, fundamentalmente, basada en los acuerdos de defensa y de seguridad.

En cierta medida, es una relación similar a la que Europa mantiene con Turquía.

Turquía, por su parte, parece optar por alternar el hacer valer ante la UE su naturaleza europea o amenazarla con jugar otras cartas en la escena internacional.

 

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