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‘Semper Supra’, la militarización del espacio

‘Semper Supra’, la militarización del espacio
Jorge Cachinero el

La seguridad en el espacio y la seguridad en la Tierra están tan conectadas como lo están los asuntos de seguridad espacial y los de ciberseguridad.

La realidad es que la velocidad en el desarrollo de las capacidades y de los activos de seguridad en el espacio es tan grande y es tan reciente que no existen tratados internacionales que los regulen y, lo que es más inquietante, no existe confianza mutua suficiente entre las grandes potencias en este dominio de competencia por el poder en el mundo.

El mejor indicador de todo lo anterior es la aparición de las Fuerzas Espaciales como un servicio armado nuevo entre las Fuerzas Armadas de Estados Unidos (EE. UU.), de China, de Rusia, del Reino Unido o de Francia.

Como en tantos otros momentos de la historia del ser humano, el desarrollo tecnológico con propósitos militares, también en el espacio, acaba teniendo usos civiles, como ha sido el caso, en el pasado, de internet, del sistema de posicionamiento globalGlobal Positioning System (GPS), en inglés, originalmente, conocido como Navstar GPS-, desarrollado por la Armada de EE. UU., hoy, de uso común en todos los teléfonos llamados inteligentes, o de los satélites mismos, que han desarrollado capacidades para los tiempos de guerra como para los de paz.

La mayor complejidad del ámbito espacial sobre otros más tradicionales dentro del desarrollo tecnológico militar se debe a que el espacio es un dominio de difícil acceso -de hecho, sólo un número muy pequeño de países pueden competir hoy dentro de él-, muy heterogéneo y completamente diferente a los de tierra, de mar y de aire.

A lo largo de los años, la fuerza que ha empujado los desarrollos, civiles y militares, en el espacio es la conjunción de las capacidades tecnológicas y de la existencia de un proyecto político claramente definido.

Esta conexión ha sido, hasta ahora, episódica en los proyectos espaciales civiles (proyecto Apollo y otros) y más duradera en los militares.

Por lo tanto, la actividad espacial ha sido doble, aunque, con dinámicas bien diferentes.

En el caso de los programas espaciales de seguridad y de defensa, la relación entre espacio y seguridad ha venido determinada por las estrategias militares de los países involucrados y los contextos históricos y legales de cada momento.

Así, en la década de los años 50 del siglo pasado, los desarrollos espaciales vinieron inducidos y desarrollados a partir de la revolución militar nuclear y presididos por un concepto estratégico del espacio, que ha continuado, desde entonces, como base inmejorable de dominio sobre los competidores, los adversarios o los rivales.

La aparición de esta concepción del espacio tuvo una razón muy práctica para las dos grandes potencias surgidas del final de la II Guerra Mundial -EE. UU. y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)-, es decir, la de evitar un ataque sorpresa por parte de su rival.

Ese temor se hizo especialmente patente después de que la URSS lanzara, en octubre de 1957, Sputnik, el primer satélite artificial de la Tierra, para sorpresa del gobierno de EE. UU., ya que se demostraba, de aquella forma, que la URSS había desarrollado y contaba con la capacidad para disparar misiles balísticos intercontinentales –Intercontinental Ballistic Missiles (ICBMs), en inglés-.

Aquel acontecimiento aceleró el desarrollo de los satélites y de la tecnología y de los mecanismos para dotar de cámaras espaciales a estos, campo en el que EE. UU. fue pionero, y poder, así, utilizar los satélites para que la URSS y EE. UU. pudieran fotografiar las instalaciones nucleares de su rival.

De forma consecuente, los presupuestos de ambas naciones para los desarrollos espaciales de carácter militar superaron a los civiles.

En los años 90, surgió un concepto operativo y táctico del espacio al adaptarse el espacio, en la doctrina militar, a las nuevas condiciones estratégicas y al desarrollarse un uso operativo y táctico del espacio al servicio de los “grandes teatros de guerra”.

En esta segunda ola de desarrollo doctrinal y tecnológico, el espacio tuvo un uso directo sobre el campo de batalla.

La Primera Guerra del Golfo, que se desencadenó en 1990 y en 1991, bajo el liderazgo de EE. UU., con el apoyo de una coalición internacional, contra Iraq, para revertir su invasión de Kuwait, fue la causa de que el espacio militar fuera utilizado como un multiplicador de la fuerza en el campo de batalla.

Aunque, anteriormente, el espacio militar no había sido concebido como un instrumento operacional de la guerra, aquella Guerra del Golfo redefinió su misión para servir, en aquel momento, a las operaciones de combate.

Con esa nueva misión, el foco se puso en que las capacidades espaciales cubrieran las necesidades crecientes de información y de datos para alimentar, por ejemplo, a las operaciones especiales propias de detección y de control de la proliferación de misiles balísticos de corto alcance –Short-Range Ballistic Missiles (SRBMs), en inglés-, de desarrollo de armamento y de misiles guiados, de multiplataformas o de sensores múltiples para el seguimiento de operaciones militares y de capacidades de telecomunicaciones móviles tácticas con alta capacidad de procesar datos, de banda ancha y con capacidad anti interferencias –anti-jamming, en inglés-.

Capacidades de Jamming de EE. UU.

EE. UU. incrementó de manera masiva su presupuesto para todo este abanico de capacidades y de tecnologías con el objetivo de mantener su liderazgo militar con respecto a sus adversarios y a sus rivales.

Finalmente, en el último lustro del siglo pasado y el primero del presente, la extensión de las misiones espaciales, determinada por el surgimiento de “nuevas amenazas”, dieron luz al concepto de espacio para la seguridad o la seguridad desde el espacio.

El atentado terrorista yihadista de septiembre de 2001 contra el territorio de EE. UU. impulsó, sin duda, la transformación del espacio en un dominio con objetivos y con expectativas nuevas.

Por una parte, el espacio debía convertirse en un “facilitador estratégico” y sus aplicaciones debían estar en el corazón de los nuevos sistemas de armas y de los sistemas de información y de Inteligencia.

Así, las aplicaciones espaciales se convirtieron en elementos indistintos de los sistemas de defensa y de seguridad global.

Con ello, la doctrina militar sobre el espacio ayudó a la creación de una visión holística de la seguridad nacional coordinada gracias a sistemas de información exhaustivos que responden a una multitud de necesidades desde la seguridad militar -entendida como el esfuerzo conjunto de todas las fuerzas, ya sean aérea, naval, terrestre o espacial-, desde la seguridad para la protección del territorio del país y de los ciudadanos –Homeland Security and Defense– o desde la seguridad industrial y económica nacionales.

Radares rusos

Con esta concepción de la seguridad espacial, la convergencia entre el espacio y las tecnologías de la información, que comenzó hace 30 años, se ha reforzado con el objetivo de alcanzar la “dominación en el terreno de la información”.

Esta conexión profunda entre tecnología y políticas de defensa explica la transformación del dominio espacial que está en marcha.

Las inversiones de los gobiernos en tecnologías y en capacidades nuevas se orientan a la defensa y a la seguridad, en sentido amplio, más allá de lo estrictamente militar, se refuerzan las visiones de arquitecturas de sistemas integrados, bien intraespaciales o bien espacio-aire-tierra, y los sistemas se desarrollan con el objetivo de doble uso y de doble propósito.

En definitiva, el espacio, desde el punto de vista de la defensa y de la seguridad, ha cobrado naturaleza como una infraestructura imprescindible y como un elemento central de la cadena de información -recogida, transmisión y diseminación de datos- y, por lo tanto, a la vez, se ha transmutado, también, en un elemento de vulnerabilidad crítica para dicha cadena de información.

Pareciera, por ello, que se estuviera alumbrado una nueva ola de desarrollo de la defensa y de la seguridad en el espacio en torno al concepto de espacio controlado, con su propia doctrina militar, que hace frente a la creciente dependencia del espacio para las operaciones militares en la Tierra y que desarrolla las operaciones contra espaciales.

Este uso de un mayor número de activos espaciales, con un descenso de la predictibilidad de los comportamientos por parte de los actores con dichas capacidades, es el que ha empujado a un número de potencias globales y potencias medias a la creación de sus Fuerzas Espaciales.

Así, Rusia fundó su Fuerza Espacial, como parte de la Fuerza Aeroespacial, que ya había creado en 1992, China creó su Fuerza Aeroespacial en 2014 y Francia lanzó su Mando Espacial en 2019.

Emblema de la Fuerza Espacial de la Federación Rusa

El presidente Donald J. Trump estableció la Fuerza Espacial de EE. UU., en diciembre de 2019, como el sexto servicio de sus Fuerzas Armadas, con la misión de “organizar, entrenar y equipar las fuerzas espaciales militares (de EE. UU.) para proveer de: libertad de operaciones en, desde y hacia el dominio espacial; y operaciones espaciales de forma sostenida e inmediata” y con un presupuesto de 15 millardos de dólares, transferidos desde el de la Fuerza Aérea, para el ejercicio fiscal de 2021.

Por su parte, el Reino Unido nombró un director del Espacio dentro de su ministerio de Defensa en 2020.

La guerra en y desde el espacio para un selecto grupo de países está en desarrollo y a plena capacidad de sus recursos disponibles.

Una nueva era para delimitar sus contornos políticos, diplomáticos y legales está todavía por definirse.

 

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