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Las ambiciones regionales de Arabia Saudí

Las ambiciones regionales de Arabia Saudí
Jorge Cachinero el

 

“Reputación y generación de valor en el siglo XXI” (LIBRO) por Jorge Cachinero en libros.com

Los problemas más complejos a los que hace frente Arabia Saudí no son de naturaleza doméstica, ni están relacionados con el Programa de Transformación Nacional Visión 2030 lanzado por el príncipe real Muhammad bin Salman (popularmente, conocido como MBS), heredero al trono, primer viceprimer ministro y ministro de defensa del país.

Éstos provienen de su política exterior y de sus ambiciones regionales frente a las de sus rivales en la zona. Por ello, los saudíes quieren ser más fuertes internamente en la confianza de que, así, la percepción del mundo sobre ellos será mejor.

Para Arabia Saudí, sus tres desafíos en el Próximo Oriente son Irán, Irán e Irán.

Sin ambages. Sin dudas.

Tanto es así que Arabia Saudí responsabiliza a Irán, también, del surgimiento del terrorismo de origen sunní a finales de la década de los años 70 del pasado siglo.

Para los saudíes, en su racionalización omnicomprensiva y en su propia narrativa, el llamado incidente de La Meca de 1979 -es decir, la toma de Al-Masjid al-Haram, la mezquita más importante de La Meca y el primer lugar santo del islam, por un grupo de insurrectos armados sunníes, que querían derrocar a la monarquía de los Saud por su supuesta traición a los principios del islam-, las guerras de Afganistán o el propio terrorismo sunní del s. XXI son, todos ellos, consecuencia, no deseada, de la reacción del mundo islámico sunní a la revolución chií de Jomeini en el Irán de 1979.

Además, Arabia Saudí señala al propio texto de la constitución de Irán, nacida de aquella revolución, como el origen de la consagración de la vocación expansionista del proyecto revolucionario iraní y de que Irán no crea en la existencia de naciones porque, según los saudíes, para Irán el único lazo que une a las poblaciones, dentro o fuera de sus fronteras nacionales, es la pertenencia o no a la comunidad chií.

Por lo tanto, Arabia Saudí cierra su círculo argumental acusando, de forma inequívoca, a Irán como un país responsable de apoyar, de financiar y de proteger el terrorismo internacional en todo el mundo a lo largo de los últimos 40 años -incluyendo la creación de células terroristas secretas dentro de Arabia Saudí- y, más específicamente, de utilizar los medios del terror cíber para penetrar y para comprometer los sistemas de Arabia Saudí, desde dónde, al parecer, se está reciprocando, a su vez, a Irán en este terreno.

Arabia Saudí ha llegado a un punto de no retorno en su relación con Irán después de fracasar, según los saudíes, en todos sus intentos de establecer vías de interlocución con Irán porque “aquellos que quieren hablar con Arabia Saudí, no tienen poder dentro de Irán; y aquellos que tienen poder, quieren acabar con nosotros”. Arabia Saudí parece haber alcanzado el punto de “basta ya” en su relación con Irán y no ve vías diplomáticas para contrarrestar la creciente influencia de Irán en todo el Próximo Oriente.

Sorprendentemente, durante los últimos años, y de forma discreta, Arabia Saudí e Israel han encontrado áreas de interés común y de colaboración. Las declaraciones recientes de MBS a la revista estadounidense The Atlantic, en las que reconocía el derecho del Estado de Israel a tener su propio territorio -“I believe (…) the Israelis have the right to have their own land”-, son un testamento de dicha colaboración.

Ambos países comparten diagnóstico sobre Irán y albergan una visión crítica sobre el acuerdo sobre su programa nuclear. Arabia Saudí, en concreto, cree que quedaron tres asuntos críticos sin resolver en dicha negociación: el enriquecimiento de uranio, el programa de misiles y la “exportación” del terrorismo iraníes.

Arabia Saudí ve a Israel como un actor racional y, por lo tanto, predecible, ya que no tiene motivaciones ideológicas inciertas -como cree que ocurre con Irán-, lúcido sobre las amenazas que Irán representa y que no supone una amenaza para su nación. De hecho, Arabia Saudí cree que existen áreas de interés común con Israel.

Siria, Yemen o Líbano son evaluados, por otra parte, por Arabia Saudí a través del prisma de su disputa por la hegemonía regional con Irán. Arabia Saudí apuesta por la salida de Assad del poder como fruto del proceso de negociación del nuevo orden interno sirio, después de la derrota de Daesh, y, para ello, está tratando de coordinar a todas las fuerzas de oposición. Para Arabia Saudí, la guerra civil en Yemen -a cuyo gobierno nacional asiste, desde 2011, frente a los rebeldes hutíes chiitas- es el resultado, sin reconocimiento de errores o de responsabilidades propias, de la intervención militar iraní y de Hizbollah, a quien acusa de lavar el dinero del negocio de las drogas en África Occidental. Y para los saudíes, el primer ministro libanés Hariri es “su hombre” en el Líbano para hacer frente a la influencia iraní a través de Hizbollah.

Por último, en Arabia Saudí se cree que Qatar se encuentra en estado de “negación de la realidad” en relación con el entrenamiento y el envío de terroristas a Siria y a Irak, con la financiación y con la protección de terroristas dentro de su territorio y con el papel que la cadena de televisión Al-Jazeera juega en la difusión de sus mensajes. Nada parece indicar, por tanto, que el bloqueo de Qatar se vaya a resolver en breve dado que el énfasis que Arabia Saudí pone en su llamada política de tolerancia cero con el terrorismo se presenta como contrapuesta a las prácticas de las que se acusa a Qatar.

Arabia Saudí parece enrocar su política exterior en el Próximo Oriente en torno a su gran aliado, Estados Unidos (EE.UU.), que lo es, ahora, más que antes, gracias a la relación establecida con el presidente Trump, con su familia directa y con su gobierno.

 

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