La paciencia de Rusia con el Talibán se agota

NB: Una versión distinta de este artículo fue publicada anteriormente en El Economista con un título diferente.

La política de Rusia hacia el nuevo Afganistán, controlado por el Talibán, ha venido siendo, desde julio de 2021, reactiva.

Este principio de paciencia estratégica está sustentado en el cumplimiento por parte del gobierno talibán de determinadas condiciones como son, sobre todo, la estabilización de Afganistán y la obstaculización de que el terrorismo yihadista se proyecte desde su país hacia Asia Central y, por extensión, hacia el sur de Rusia.

De forma complementaria, desde la toma del poder por parte del nuevo gobierno en Kabul, Rusia ha estado en contacto con el Talibán para generar confianza mutua a través de acuerdos de suministro de energía rusa o de la entrega de paquetes de ayuda alimentaria.

Esta apuesta, por cierto, es similar a la que adoptaron las tres repúblicas de Asia Central que son fronterizas con Afganistán, es decir, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán.

Nadie debe sorprenderse por esto, dado que esos tres países, que formaron parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) hasta hace 30 años, mantienen lazos estrechos de cooperación con la Federación de Rusia y están coordinándose con ésta en todo lo referente a Afganistán desde la proclamación de sus independencias respectivas.

En cualquier caso, Rusia ha dejado claro que protegerá a Tayikistán de la amenaza del terrorismo islamista y está trabajando de forma muy cercana con las autoridades de Uzbekistán en este mismo terreno.

Al comienzo de su relación con el Talibán, el gobierno ruso fue prudentemente optimista sobre el futuro de la evolución política, económica y de seguridad de Afganistán, ya que parecía, entonces, que el gobierno actuaría de forma moderada, buscaría la estabilidad interna y colaboraría con sus vecinos.

Sin embargo, en el momento presente, crece en el gobierno ruso la decepción con el Talibán.

El grupo terrorista Estado Islámico-Korashan (EI-K) atacó la Embajada de la Federación Rusa en Kabul y asesinó, el 5 de septiembre de 2021, mediante un atentado suicida, a dos diplomáticos rusos.

El gobierno del Talibán demostró a Rusia y al mundo que, a pesar de sus proclamas de que ejercía el control completo sobre Afganistán, las autoridades afganas son incapaces de proteger los edificios diplomáticos de los países que están acreditados ante el gobierno de Kabul.

Inmediatamente después de aquel trágico atentado terrorista, el gobierno de Rusia convocó una reunión de coordinación de países vecinos de Afganistán a la que, por primera vez, no se invitó a los representantes del Talibán.

Posteriormente, en marzo de 2023, el gobierno ruso convocó en Moscú una serie de encuentros con grupos y actores políticos afganos no violentos -el Movimiento Nacional de Afganistán para la Paz y la Justicia (MNAPJ) o el Frente de Resistencia Nacional (FNR) de Afganistán- para discutir opciones para que en Afganistán se pueda organizar una transición hacia un gobierno con apetito por la paz.

A estas sesiones asistieron tres miembros del gobierno afgano previo a la llegada del Talibán al poder.

Moscú sigue rechazando reconocer oficialmente al gobierno afgano actual y continúa definiendo al Talibán como una organización terrorista, por lo que estaría prohibida en Rusia.

La paciencia de Rusia y de las repúblicas de Asia Central con el Talibán se está terminando.