La OTAN en Vilna, cumbre fallida

NB: Una versión distinta de este artículo fue publicada anteriormente en El Economista.

La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) celebró su cumbre de Vilna, capital de Lituania, el 11 y 12 de julio de 2023.

Todo el mundo esperaba que, en esa reunión, se adoptaran dos resoluciones, las más esperadas, que, al final, no se aprobaron y nadie contaba con que se acordara una decisión, impensable, que acabó por convertirse en la más importante de todo lo que allí aconteció.

Para empezar, Suecia no ha accedido, todavía, a la OTAN, ya que su incorporación está supeditada a una votación del parlamento turco al respecto.

Biden y el presidente de Turquía, Erdogan, mantuvieron dos reuniones, una en cada día de la cumbre, para conversar sobre este asunto.

En la primera, Biden le ofreció a Erdogan venderle cazas de combate F-16, de última generación, algo que no le agradó a otro socio de la Alianza, Grecia, rival de Turquía.

Asimismo, Biden le brindó a Erdogan la ayuda de Estados Unidos (EE. UU.) para conseguir que el Fondo Monetario Internacional (FMI) abriera una línea de financiación a Ankara, entre $10 y $30 millardos, para que Turquía hiciera frente a sus problemas económicos.

A cambio, Erdogan prometió muy vehementemente a su homólogo estadounidense que el legislativo turco ratificaría la entrada de Suecia en la OTAN.

Al día siguiente, Biden y Erdogan volvieron a encontrarse y la conversación tomó un rumbo inesperado, después de lo sucedido el día anterior, para Turquía.

Biden le comunicó a Erdogan que la venta de los F-16 sería muy difícil de ejecutar porque, en el Congreso estadounidense, que debería ratificarla, existe un grupo de representantes contrarios a esta operación, que, en general, desconfían de la lealtad de Turquía.

Erdogan no tomó muy bien que Biden se retractara de sus promesas del día anterior, a lo que contestó avanzando las dificultades que habrá para que el parlamento turco apruebe la adhesión de Suecia a la OTAN, en octubre de 2023, y la reunión terminó de forma áspera.

No está claro hoy si Suecia acabará por adherirse a la Alianza en el futuro.

La segunda decisión, la de que Ucrania se integrara en la OTAN por la vía de urgencia, tampoco fue adoptada y el extenso comunicado final de la cumbre contiene un batiburrillo de 90 puntos, que se leen como los comunicados de otras cumbres anteriores.

Así, los miembros de la OTAN adoptaron, en ese comunicado, una frase vaga sobre una posible adhesión futura -“We will be in a position to extend an invitation to Ukraine to join the Alliance when Allies agree and conditions are met”, es decir, Ucrania será invitada cuando los miembros lo acuerden-, sin un calendario claro, sin hitos intermedios y sin procedimientos algunos, todos los cuales han sido la norma utilizada siempre con otros países.

Al final, todas las referencias a este asunto recuerdan a lo que ya se había afirmado tras la cumbre de la OTAN de Bucarest, en 2008, lo que, en román paladino, quiere decir que a Ucrania no se le ofreció un horizonte de entrada en la OTAN.

La OTAN dejó claro a Ucrania que no quiere comprometerse a una fecha o con un plan de acción para su acceso a la organización, dado que, hasta el momento presente, todas las evaluaciones habituales que la OTAN ha realizado sobre las condiciones que Ucrania reúne para ser miembro de la OTAN no han sido muy favorables a Kiev.

Asimismo, como no podía ser de otra manera, Zelensky trajo consigo a la cumbre de Vilna el drama teatral y el lío relacional que suele acompañarle a todas partes a dónde va.

De hecho, la cumbre de Vilna ha sido un baño de realidad.

A pesar de la presión de los países bálticos, de Polonia y del Reino Unido para que Ucrania se incorporara inmediatamente a la OTAN, los debates intensos que tuvieron lugar en Vilna concluyeron con la aceptación de que una Ucrania en guerra no puede acceder a la Alianza y de que la OTAN no irá a la III Guerra Mundial contra Rusia por Ucrania.

El premio de consolación de la OTAN para Ucrania fue la promesa de que el apoyo material y financiero a Kiev continuará, aunque es muy probable que el aprobado en Vilna sea el último y, por lo tanto, los medios se irán reduciendo a medida que se acerque el final de 2023.

La decisión inesperada de la cumbre fue el ultimátum que EE. UU. y los países con más peso específico dentro de la OTAN le presentaron, entre bambalinas, al presidente de Ucrania.

La Alianza le dio a Ucrania un plazo hasta noviembre de este año, según los canadienses, o hasta final de año, según los británicos, para obtener victorias decisivas sobre Rusia.

Si no las consiguiera, se le avisó a Zelensky de que, para entonces, debería sentarse con Rusia y aceptar, forzado por los hechos, la que sería una capitulación ante ésta.

Washington está prestando más atención a China y los problemas de seguridad en Europa serán degradados por la OTAN de la categoría de globales a la de regionales y secundarios.

China es el competidor universal de EE. UU. y en Washington se ve a Ucrania a través de las lentes chinas, es decir, sólo en la medida en la que la situación en el este de Europa pueda afectar a la rivalidad entre chinos y estadounidenses y en la que la asociación entre Moscú y Pekín pueda cuestionar el liderazgo de EE. UU.

Europa, en cambio, debería estar preocupada, aunque parece no estarlo, porque la escalada del conflicto en el continente europeo es contraria a sus intereses.

Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, la OTAN sigue creyéndose las patrañas de que una escalada continuada del conflicto en Ucrania hará que Rusia colapse y que la solución a todos los problemas de seguridad de Europa y de Asia es “más OTAN”.

Al final, la cumbre de la OTAN en Vilna no será recordada como una reunión de éxito, más bien lo contrario, con la excepción del hecho de que Finlandia participó, por primera vez, en ella como socio de pleno derecho.