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Implicaciones económicas de la crisis qatarí

Implicaciones económicas de la crisis qatarí
Jorge Cachinero el

 

“Reputación y generación de valor en el siglo XXI” (LIBRO) por Jorge Cachinero en libros.com

 

En la actualidad, 60 compañías españolas desarrollan sus operaciones en Qatar: cadenas hoteleras, empresas de construcción civil, de infraestructuras, de ingeniería y de gestión de servicios públicos, de medioambiente, de energías renovables, de materiales textiles o de arquitectura. Sus empleados en Qatar se cuentan por miles.

Esas empresas aguardan con aprensión a que la crisis desatada el pasado 5 de junio se cierre de forma negociada y pacífica.

Además, 7% del gas importado por España es de origen qatarí.

La situación de riesgo no sólo lo es para los países directamente implicados sino, para toda la región del Golfo Pérsico y para el mundo. Es difícil imaginar quién podría salir beneficiado de este enfrentamiento.

Marruecos, Argelia, Somalia, Iraq, Malasia o Indonesia, por citar algunos países musulmanes, han expresado su perplejidad por lo que está ocurriendo desde junio.

Los Estados Unidos (EE.UU.) y la Unión Europea (UE) pueden también llegar a sufrir sus consecuencias.

Ésta última quiere que se encuentre una solución dialogada a la crisis y algunos países de la UE han expresado su incredulidad hacia la veracidad de algunas de las 13 condiciones del ultimátum que Arabia Saudí y los ocho países que le apoyaron entonces plantearon a Qatar.

De hecho, y a modo de ejemplo, merece la pena mencionar la conversación que sostuvo el 3 de julio pasado el presidente de la república francesa, Emmanuel Macron, con el Emir de Qatar para intentar buscar una solución negociada al conflicto.

Miembros del gobierno Trump, como es el caso de su Secretario de Estado, Rex Tillerson, desde el momento del estallido de la crisis, han hecho público su deseo de que se llegue a una solución negociada. También han dado a entender que no creen que muchas de las 13 condiciones del ultimatum tengan fundamento real. Sobre todo, han hecho un sobre esfuerzo para despejar cualquier duda, ante los protagonistas del incidente y ante la comunidad internacional, de que los EE.UU. hubieran hecho entender a la familia real saudí, durante la visita del presidente Trump a Riyadh en mayo, de que contaba con su concurrencia, explícita o implícita, para el desencadenamiento de la misma.

Rusia, que ha actuado con cierta distancia desde el inicio del conflicto y que ha podido parecer neutral al mismo, tiene múltiples acuerdos gasísticos con Qatar y, obviamente, en el complejo panorama del Próximo Oriente actual, y, muy especialmente, en lo que concierne a la guerra de Siria, ha mostrado claramente, durante los dos últimos años, cuáles han sido y siguen siendo sus aliados regionales, muchos de los cuales son protagonistas en la crisis de Qatar.

Todos los intentos de Turquía, sujeto pasivo de esta crisis, dado que una de las 13 condiciones presentadas por Arabia Saudí y sus aliados ante Qatar exige el cierre de la base militar que los turcos tienen en la península -aunque no, la de los EE.UU.-, de intermediar ante Arabia Saudí fueron rechazados por las autoridades de ese país.

En Asia, Japón es un gran cliente e importador del gas qatarí y el primer ministro del país, Shinzō Abe, ha mostrado en reiteradas ocasiones su agradecimiento al Emir de Qatar por el estado saludable de sus relaciones económicas bilaterales.

Una mirada granular a las relaciones económicas y comerciales entre algunos países enfrentados por este conflicto refleja lo absurdo del mismo.

Los Emiratos Árabes Unidos, que tomaron partido en junio junto a Arabia Saudí en el bloqueo de la península de Qatar, importan de este país el 30% del gas que consumen y cuyo suministro no se ha interrumpido en ningún momento durante todos estos meses.

En el caso de Irán, si el volumen anual del comercio bilateral con Qatar tiene un valor de $200 millones, el que mantiene con Arabia Saudí y con Bahréin asciende, de forma agregada, a $10 billions.

Puede hacerse el debate, interminable y sin conclusión, sobre si esta crisis ha sido preparada por Arabia Saudí desde hace tiempo con la complicidad de algunos de sus aliados implicados. Sobre si Arabia Saudí ha esperado a la sustitución de Obama por Trump para encontrar una mayor complicidad del gobierno de los EE.UU. Sobre si este movimiento de la familia Saud es un signo de fortaleza o, por el contrario, de debilidad dentro del mundo musulmán, en un momento de transición en la sucesión al trono y en las políticas internas del país. Sobre si Arabia Saudí quería insultar a Qatar o si tiene un destino manifiesto para cambiar el régimen político qatarí y, por extensión, el de cualquier otro país de la zona que no esté alineado con su política exterior. O sobre si Irán, irónicamente, acabará saliendo reforzado de toda esta crisis.

Cuesta creer que Qatar vaya a aceptar en su totalidad y en su literalidad las 13 condiciones presentadas. El respeto del derecho internacional y el levantamiento del bloqueo de Qatar –por tierra, mar y aire– parecen ser las vías para salir de este bucle.

Urge la necesidad de cerrar esta crisis por la vía de la negociación. No hay solución militar a la misma.

 

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