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¡Viva la Ciudadanía!

¡Viva la Ciudadanía!
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En el acto de hoy en Alsasua, Fernando Savater ha dicho unas palabras en defensa de España que me llamaron la atención: “La convivencia se estropea por las identidades y se une por la ciudadanía. Es la ciudadanía lo que hay que proteger, es la ciudadanía lo que nos protege”.
Después, si no recuerdo mal, hizo alusión a Europa. Europa como solución, Europa como proyecto donde desarrollar la ciudadanía. “La Europa de ciudadanos libres e iguales”.
La gente aplaudió el discurso, y yo modestamente creo que merece aplauso. Savater es valeroso y su defensa de España tiene mucho mérito. Además, supongo que es útil, porque sus argumentos son inatacables en la discusión con los nacionalismos ibéricos. Pero cuando lo escucho siempre me queda dentro la incómoda sensación de que se está defendiendo la causa justa con argumentos quizás equivocados siguiendo una especie de atajo.

¿Salió la gente del acto gritando “¡Viva la Ciudadanía! ¡Viva la ciudadanía!?
Si no comprendo mal, lo que Savater dice es que frente a lo tribal en vascos y catalanes, España ha de ser no exactamente una identidad plural o más rica, sino un espacio de no identidad. No una “sustancia” o “esencia”, sino un hecho jurídico administrativo. España no aparece como hecho nacional ni mucho menos como hecho identitario, sino como “ciudadanía”. Evita la discusión “identitaria” saltando a otro ámbito esterilizado y aséptico. La palabra identidad me parece que es otra palabra escurridiza y tramposa: convierte un hecho de la historia en una suposición personal.
Según la “ciudadanía” somos hologramas cívicos, somos nuestro DNI, y defendemos un status jurídico que es el edificio constitucional. Pero ese edificio se fundamenta en la nación. ¿Y qué es la nación?
Savater supera esa discusión. España es ciudadanía. Pero ¿no es esa ciudadanía el reflejo estatalizado de la nación?
Para Savater solo existen Estado y leyes, pero ¿a que da cuerpo el Estado? ¿O ya somos solo Estado?
¿Qué hay entre nosotros al margen de lo que el Estado nos da (unos papeles y derechos)?
¿Qué vínculo?
Me acuerdo siempre de una entrevista a Félix Ovejero el año pasado, en pleno lío de Cataluña. Decía que la nación era un concepto estéril, un concepto que había que abandonar como se abandonó el flogisto. El flogisto es un viejo término anterior al descubrimiento del oxígeno. Una antigüedad que quería entender la sustancia que estaba en todas las cosas que ardían.
Y la comparación es perfecta, porque para estas personas, que son, supongo, algo similar a los “patriotas constitucionales”, el hecho nacional es siempre inflamable. Todo el siglo XX es producto de las naciones. Todo lo malo de la historia vino por eso que ellos llaman la “identidad”. No es este el sitio ni soy yo la persona para discutir tan grave asunto, pero me pregunto: ¿y no trajo nada bueno eso que llamamos “identidad”?
Los países se formaron también por la cohesión, por la unión, por lazos o empresas comunes.

Alguien podría decir que la “ciudadanía” española surge de una “identidad” española. Que el huevo identitario vino antes de la gallina ciudadana. ¿Es toda “identidad” tribal? Entre mi entendimiento de España y el de los “chavales” de Alsasua hay diferencias que me permiten pensar en que entre la tribu regional (eso que Savater llama “leyendas y terruño”) y la identidad nacional hay un salto de complejidad, un salto cultural y político que no deberíamos perder, y que ni siquiera es “identitario”, individual, personal, sino un hecho histórico y cultural que hay que aprender, si no se tiene el mágico don de la intuición y la lealtad.

Ovejero o Savater son patriotas del Libro. Son patriotas de la Constitución. Pero se ha de insistir: ¿Cuál es el fundamento de ese libro? Savater nos propone una fidelidad al Código y al Estado.

Estos argumentos de Savater, que respeto y miro con simpatía, son hegemónicos en España. No olvidemos que la “Educación para la Ciudadanía” y “la Nación, concepto discutido y discutible” son dos obras zapaterinas. Me resulta cómico que los mismos que miran a Zapatero como a un ser demoníaco culpable hasta del sarampión coreen luego consignas muy similares. Porque la diferencia no es muy grande. La diferencia entre Zapatero y el patriotismo constitucional me parece menor, de detalle.
La derecha mainstream española repite como un coro de loritos estos mantras que me parecen en el fondo antinacionales.
“Nuestras identidades son ríos que van a dar a la mar que es Europa”.
Niegan (a la vez que la jalean y no se la quitan de la boca) la nación española como algo distinto a la ciudadanía (su mero y momentáneo reflejo jurídico administrativo) y entre la tribu y Europa ven España como un tránsito jurídico. Ven Europa como la sala de embarque de un aeropuerto internacional. Gentes portadoras de documentos sin nada en común más que esos documentos y cierta momentánea expectativa.
Es algo un poco inquietante, sobre todo al ser defendido por las únicas starlettes del hecho nacional que el panorama mediático permite. España: momentum jurídico. Es lo que hay: la ruptura, o la federalización (asimétrica) o como mucho la nación-holograma europeo. Bien. Si estas son las elecciones posibles está claro.

Pero queda una sensación de pérdida. La sospecha de una moderna tosquedad que parece sofisticada aunque quizás no lo sea tanto, y que en cualquier caso es imparable. Después de eliminar del cerebro del español la instancia divina, a Dios (sustituido por la deprimente “Ética”), ahora toca sustituir la nación por la ciudadanía. La nación es algo demasiado sutil, inexplicable, discutible, ¿peligroso? No lo creo. Pero la cercenarán del cerebro moderno y la convertirán en un conjunto incoloro de derechos y obligaciones, un apremio administrativo.
¿Y qué será lo siguiente? ¿El Amor? Al fin y al cabo, ¿qué es al amor? Quien lo probó lo sabe, sí, ¿pero dónde está? ¿quién lo puede definir? Los poetas llevan siglos. ¿Y no se ha matado mucho por amor? ¿y no se han cometido grandes crímenes de cursilería también por amor?
¿No parece a veces un viejo término de alquimistas, una insatisfactoria palabra mágica? Podríamos hablar de “vinculaciones”. Somos un contrato de promesas que hoy están y mañana no. Esto que yo siento o recuerdo, al fin y al cabo, ¿quién más lo siente? ¿A quién puedo reclamar y con qué derecho si somos solo momentos y lo que dura un papel o una promesa?

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