Por mucho que avancen los drones y haya drones militares (siempre me acuerdo de una cosa de Bustos: la guerra con drones es guerra de maridrones) y haya también drones comerciales que te traen y te llevan el reparto como los chicos del Mercadona, por mucho que amenacen con un cielo futuro surcado por drones y los consiguientes guardias urbanos celestes ponemultas (¡cómo se van a poner en Madrid con los drones), podemos estar tranquilos de que no se va a inventar nunca el dron que acabe con un sistema ibérico de reparto: el correveidile. Yo creo que esa función del que lleva y trae un chisme no la va a poder sustituir el dron ni sistema alguno de comunicación. Un dron que le fuese a otro con habladurías, eso no lo van a ver nuestros ojos. En primer lugar, porque un chisme no es cualquier cosa. El chisme por email no se puede contar. No puede quedar prueba escrita y no debe ser nunca exactamente literal. Por otro lado, el chisme requiere su miajita de confusionismo, que no se sepa cuánto hay de quien lo propagó, cuánto de quien lo difundió y cuánto de ganas de entenderlo en quien lo recibe. El chisme es trino, es colectivo y es difuso y además es compuesto porque es un dime y además es un direte. Un ingenio social, una joyita de la mundanidad. Proust es la complicación, la catedral de un chisme y nuestra tristeza más fina viene a veces de la pena de no formar parte de ninguna chismografía. Así que podrá haber drones de mercaderías, drones belicosos, drones que te traigan el pan y te traigan la sal (incluso drones que porten el periódico, venganza absoluta del papel sobre la tecnología), pero jamás podrá haber un dron correveidile.
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El dron correveidile
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