Hace poco he empezado a ver vídeos del Rubius. Todo fue por aquella entrevista de un periodista que no tenia tarjeta de crédito, ni siquiera de débito, iba el hombre con su cartilla por la vida. Los días siguientes hubo una polémica en Twitter y yo estaba en cama, con fiebre, y cada vez que entraba era Rubius, Rubius, Rubius.
Al final sucumbí.
Me cae bien, me gusta. Es fresco como un personaje de comic, me recuerda a fido dido. Pero lo que más me llama la atención es su habitación. A los youtubers les pasa como a las mujeres de Virginia Woolf: necesitan una.
El Rubius se ha cambiado de piso pero se ha montado otra habitación de niño. La habitación es enorme, pero es eso, habitación. Un armario con juguetes, muñecos, mesa, flexo.
La habitación como requisito. ¿Qué define a una habitación? Tiene que ser creíble como santuario del onanismo.
Rubius tiene más de veinte años y podría tener un salón, un despacho, un picadero, un mini gimnasio. Pero la habitación es fundamental porque nada es creíble en el mundo youtuber con otro escenario.
La habitación presupone una cama pequeña, soledad sexual, continuidad de fetiches infantiles, estrecheces y la posibilidad de unos padres.
Lo de Rubius está bien tirado. Hay españoles que viven en su habitación hasta los cuarenta años, y cierto infantilismo necesita una. Es el fondo perfecto para la webcam, el hinterland del niño. Cualquier otra cosa sería entrar en el universo adulto, y no queremos eso. Todos, incluso emancipados, incluso viviendo en pareja, deberíamos tener nuestra habitación.
Columnas sin fuste
por
hughes
La habitación del Rubius
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