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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

Sociedades obscenas

Gema Lendoiro el

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La noticia saltó la semana pasada y al principio pensé que sería una broma de mal gusto. Ahora que lo leo con detenimiento me quedo más que pasmada, preocupada. Una mujer ha sido acusada en Zurich de abusar sexualmente de su hija de 7 años. Pero lo triste no es que la mujer haya abusado de su hija, que no lo sabemos porque apenas tenemos datos. Lo triste es que el debate se ha centrado sobre la lactancia prolongada.

Los cambios sociales no acompañan casi nunca a los biológicos. De ahí que a la inmensa mayoría de las mujeres, al menos en Occidente, les choque ver a una mujer amamantando a un niño que no solo anda y corre, sino que habla y se expresa con corrección. Digamos que son muy pocas las mujeres que llevan la lactancia más allá de los 3 años aunque, afortunadamente para los niños, para ellas y para las arcas de el Estado en materia de salud preventiva, cada vez son más. Pero que nadie se lleve a engaño. Los humanos fuimos diseñados para tomar la leche del pecho de nuestra madre (o nodriza) hasta los seis o siete años. Que haga un siglo y pico que no lo hacemos no dice nada, especialmente si tenemos en cuenta el tiempo que hace que existimos.

Cuando yo leí esto por primera vez casi me da un parraque. Fue siendo editora de Carlos González justamente con su libro, Un regalo para toda la vida. Que recuerdo que cuando mi jefa me dijo que me tocaba ese libro para editar pensé para mis adentros: “Vaya, qué divertido, un libro sobre tetas y leche. Apasionante”. Tenía 29 años y cero pensamiento de ser madre. Recuerdo haber llamado a Carlos, no para comprobar si se había equivocado, sino para decirle: Oye, ¿cómo que hasta los siete años? ¡Pero si a esas edades tienen unos dientes enormes! Sí, ¿y cómo se llaman esos dientes?, me contestó. De leche, dije. Pues ahí lo tienes. Vale, a partir de ahí reconozco que miré de otra manera la lactancia y terminé de editar el libro con un gusto que todavía siento. Ni qué decir tiene que a la mínima dificultad que tuve cuando me tocó dar el pecho, llamaba llorosa al siempre paciente Carlos González.

Volviendo al tema que nos ocupa. Así de repente en mi familia puedo decir que una de mis bisabuelas sé que encadenó lactancias durante años porque, como casi todas las mujeres en su época (hablo de principios del siglo XX), tenían en torno a 8 o 10 hijos. Mi suegro siempre me comenta que él tomó pecho hasta los siete años. Así que ya lo ven, no es tan raro. No lo era hasta que nos convertimos en modernos y progresistas. Lo que no significa que esto sea siempre bueno para nuestra salud.

Puedo entender que una mujer encuentre chocante ver a una madre amamantar a un niño de 3 años. Lo puedo entender porque las mujeres que nacimos en los setenta casi todas fuimos criadas por biberones y apenas tenemos referencias visuales de ver a las madres propias o de otros sacando un pecho para alimentar a un bebé. Mucho menos a un niño que camina. He expresado muchas veces mi apoyo a la lactancia materna que no al exhibicionismo físico o verbal de algunas que hacen de la lactancia el eje alrededor del cual gira el mundo y la galaxia. He expresado muchas veces el hartazgo de las absurdas guerras entre tetas y biberones que son peores que las rivalidades Madrid-Barça. La lactancia para mí fue algo placentero que duró lo que yo quise y que supuso momentos de placer indescriptibles en los que la conexión con mis hijas fue una experiencia, me atrevo a decir que espiritual, pero sobre todo íntima, en la intimidad casi siempre de mi casa, de mi cama. Quién da el pecho o la ha dado y lo ha disfrutado, lo entiende. En el primer caso lo dejó mi hija, en el segundo lo dejé yo porque no quería seguir. Sin más explicaciones que dar a nadie. Los temas de lactancia me siguen interesando aunque, reconozco, cada día menos porque mis hijas crecen y, aunque perfectamente podrían estar ambas mamando (tienen 5 y 3 años), hace tiempo que no lo hacen.

Pero que ya no forme parte de mis intereses en este momento, no significa que no me importe ni que no la siga defendiendo. En realidad defiendo siempre lo que la madre quiera hacer. Pero si se trata de apoyarla en la lactancia, es obvio que estoy de ese lado. Por eso, que pueda ser visto como algo obsceno que una madre dé de mamar a una niña de 7 años me devuelve un pensamiento: obscena es la persona que lo piensa. Porque hace falta tener la mente sucia para ver en eso, sexo. Claro que la denuncia la ha interpuesto su ex marido lo que, más que probable, sea un intento de venganza. Que bueno, el ex marido puede decir lo que sea pero que los jueces lo admitan a trámite y que separen a la madre de la niña, eso sí que tiene delito y es profundamente obsceno.

De todas maneras y sin querer tirar por el tema del patriarcado que da para mil tomos de enciclopedia, es curioso cómo se sigue viendo hoy en día el cuerpo de las mujeres en buena parte de la sociedad (no digo que en toda) Parecemos megamodernos y, sin embargo, en el subconsciente de muchos todavía pervive la dicotomía de o puta o madre. Esto a mí me suena a pueblo de antes de la II República. O a sociedades tipo las saudíes o muchas similares. Nadie lo dice abiertamente porque eso supondría ser tachado automáticamente de retrógrado pero existe todavía esa forma bastante absurda de pensamiento.

Para despedirme les voy a dejar una última reflexión. El otro día en el muro de un amigo leí atónita un hilo de comentarios de varias mujeres que afirmaban categóricamente que “no existe mujer fea, sino marido pobre” Yo por eso me casé con un cirujano plástico, apostillaba otra. Vale, eran latinas residentes en Miami que todos sabemos que en esa ciudad norteamericana es el paraíso de las muñecas barbies y en Latinoamérica hay una grandísimo culto al cuerpo femenino. Pero no menos que en España. Eso sí me pareció tremendamente obsceno. Pero eso está muchísimo mejor aceptado, al menos de cara a la galería, que dar el pecho a un niño de 7 años.

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