Gema Lendoiro el 22 jul, 2014 Tiene la virtud el Huffington Post de publicar artículos que generan polémica de estas largas, largas. Especialmente en temas de crianza que, ya saben ustedes, pasa por ser uno de los temas con mayor actualidad. Si los ochenta fueron de la prensa del corazón, está década de ¿los diez? (qué mal suena) es de la crianza. Fíjense, si no, la cantidad de blogs que hemos proliferado en los últimos años. El post del que quiero hablar hoy es el de la niñera que cuestiona algunas cosas de la crianza moderna. Ya saben, una crianza que ha roto con muchísimas cosas que, desde mi punto de vista, estaban fatal hechas. Cosas como pegar, gritar o humillar a los hijos imponiendo el respeto a través del miedo. He hablado muchas veces aquí de lo que opino sobre esto y no me repito. Como era de esperar, las reacciones han sido muchas. Algunas muy calmadas, otras, no tanto. A mí, de entrada, me llaman poderosamente la atención varias cosas: –Las teorías, en todo, no sólo en la crianza, tienden siempre a ser revisadas por la siguiente tanda de generación. Las personas que critican métodos antiguos no están haciendo más que revisar lo que ellos creen que debería ser cambiado. Por lo tanto idéntico derecho tienen los nuevos a hacer lo mismo, es decir, revisar lo que creen que no está bien del todo. –Ninguna teoría, por perfecta que parezca, lo es. Siempre habrá huecos porque hablamos de personas, no de motores de coches. Si un aceite va bien para engrasar uno, se hace y no hay más discusión. Pero en crianza las variantes son tantas que es imposible que una teoría pueda ser 100% aplicada. Como tengo dos hijas que se parecen lo mismo que un huevo a una castaña en formas de ser, valoro que las teorías puedan ser flexibles. Lo que me sirve para doña Tecla no me funciona para nada con Mofletes Prietos. La primera es una niña sensible, que se siente segura en la calma y la serenidad, que prefiere jugar sola, que se conforma enseguida si le das una explicación y que tiene un carácter tranquilo. Puede cambiar con los años, cierto es, pero me la imagino de mayor siendo la típica persona que no genera conflictos, que se adapta, que no desea destacar. Mofletes prietos es todo terreno, simpática, con genio, carácter, cariñosa, extrovertida, que no para. Bien, con estos ejemplos me voy al artículo de la niñera cuando habla de un restaurante. Con mi hija mayor no ha hecho nunca falta hacer nada para que se comporte como a los adultos nos guste; es decir que no se pille un rebote por estar sentada en la mesa más de 5 minutos. Desde que se sabe sentar, le basta con que le des algo para entretenerse y ella lo hace. Ahora con casi cuatro años le llevamos sus caballos y ella juega y se entretiene. O se levanta y juega con una maceta mientras habla con ella. La pequeña, una vez que ha terminado de comer (todo, porque ella es de buen yantar) quiere marcha. Y da igual lo que hagas, ella, si la dejas, haría lo siguiente. -Iría a la mesa de al lado a coger un cuchillo -Tiraría del mantel para ver qué ruido hace el plato al caerse -Cogería tu copa de vino, metería restos del helado y sus regordetas manos para ver qué mezcla sale de ahí -Se escaparía por una escalera donde hay un hueco donde puede caerse -Si vamos al baño, cogería la escobilla para limpiarse sus propios pies y metería sus manos en el water para hacer olas Todo esto no me lo invento, lo he vivido. Ambas tienen mismos padres y misma educación. Pero son dos seres humanos diferentes. Por lo tanto las razones de la niñera no las hubiera entendido con mi hija mayor pero sí lo hago con la pequeña. Lo que quiero decir con esto, es que esta niñera, desde mi punto de vista, sí tiene razón en algunos cosas. Desde luego yo no soy partidaria de dejar a los hijos llorar pero tampoco dejar que hagan lo que quieran porque, de lo contrario, se frustran. Las frustraciones forman parte, desgraciadamente, de la vida. El ejemplo del agua en el zoo me parece bueno. Enseña a esperar. Si no lo hacemos nosotros, lo harán en el colegio. Y si no, en la propia vida. ¿Cree usted que podrá hablar con su jefe cuándo quiera o cuándo él decida que le recibirá? ¿Qué hará si no lo consigue? Tirarse al suelo a llorar? ¿Cuándo cree que aprenderá esto? ¿A los 18 años? ¿O mejor aprendiéndolo poco a poco desde pequeño quizás dolerá menos asumir que no somos el ombligo del mundo? Cuanto antes lo aprendan, antes lo interiorizarán. A veces en la vida toca esperar. Es una faena, es cierto, pero las cosas son como son y no como queremos que sean. No sé qué pensarán los psicólogos sobre este punto pero esta idea bien aprehendida (con hache) restaría la ingesta del lexatín en adultos en más de una y dos ocasiones (hablo por propia experiencia, no crean) Ayer, sobre las doce y media de la mañana, me puse a hacer la comida. Doña Tecla entró en la cocina y me dijo que tenía hambre -Pues en un ratito está la comida hecha -¡Pues quiero galletas! -No, te esperas a comer porque enseguida está la comida hecha y si te doy galletas ahora, luego no comerás. -Y se tiró al suelo a llorar para conseguirlo No lo logró. Desde luego, me agaché para tranquilizarla y explicárselo con cariño. A los dos minutos se le había olvidado las galletas. -¡Pues entonces quiero agua! -Ah, pues eso sí puedes tomar. Y se la dí. ¿Por qué no le doy galletas?, os preguntaréis, ¿qué más te dará? Pues en su caso, sí me importa. Porque es una niña que come lo que se dice regular. Si le doy galletas después no comerá lo que he cocinado. Y como pretendo que no se alimente de galletas, prefiero que se espere diez minutos (porque no era más) a que luego tenga que tirar la comida. Porque esa es otra. ¿qué fue de aquello que nos enseñaron de no tirar la comida? Y no me digan que se puede reciclar un pescado desmenuzado mezclado con arroz y tomate frito porque no, no se puede. Si hubiera sido Mofletes Prietos (que se come un buey sin rechistar) sí se la hubiera dado (aunque no delante de su hermana, claro) El caso es que con ambas hijas hubiera actuado de distinta manera, aplicando en cada caso lo que considero que es de sentido común. Sentido común, por Dios, sentido común. En fin, que después de todo el rollo, concluyo: las teorías sí deben ser revisadas. Los límites no maltratan a los niños sino que los educan. Tratar con apego y amor no implica dejar hacer lo que quieran. Poner normas no significa aplicar mano dura. Existe una amplia gama de colores que van del blanco al negro y conviene no enviarlos al exilio. Mucho menos en nombre de teorías inflexibles. Recuerden, son seres humanos, no motores de coches. Tienen sentimientos que deben ser respetados, no, respetadísimos. Pero sus padres tenemos el deber de educarlos para vivir en una sociedad que tiene sus normas básicas de convivencia. No hacerlo los convertirá en unos desgraciados y a nosotros en los principales responsables de su desgracia. Amor a raudales, sí, afecto, protección, respeto, apego, pero límites y normas. Educamos seres humanos, no salvajes que van a vivir solos. PD. Esto es aplicable salvo que sea usted Kim Yong-Un, en cuyo caso puede hacer usted lo que desee puesto que sus hijos serán sus herederos y harán lo que quieran. Puedes seguirme en facebook, twitter o linkedin Sin categoría Tags crianzahufington postniñera Comentarios Gema Lendoiro el 22 jul, 2014