30 de julio. Con una cena a la que están invitados algunos de los grandes cocineros del mundo que en algún momento han tenido relación con el restaurante, EL BULLI echa el cierre para siempre. Dentro de tres años aparecerá El Bulli Foundation, una nueva fórmula que por muchas explicaciones que nos haya dado hasta la fecha Ferrán Adriá sobre su funcionamiento todavía está llena de incógnitas. Creatividad pura pero sin un restaurante que sirva de sustento al trabajo realizado, sin unos clientes que puedan emocionarse (o indignarse) con los platos más rompedores. Se abre desde ya un tiempo de reflexión en torno a una pregunta fundamental: ¿Y ahora qué? A nadie se le oculta que en esta sociedad de la información, el que no aparece en los medios desaparece. ¿Podrá un Adriá sin restaurante abierto al público, sin presencia en las grandes guías o en las artificiales clasificaciones de los mejores del mundo, alejado de los escenarios de los grandes congresos durante tres años, mantener su influencia mediática? Esa es la gran duda que surge. Y que tiene una importancia trascendental. La posición estelar que ocupa la cocina española en el mundo se debe, guste o no guste a sus colegas, a Ferrán Adriá. Él ha sido durante estos últimos años cabeza visible, abanderado, de una revolución gastronómica que ha tenido repercusión en el mundo. Pero ha sido él, no los demás, por grandes cocineros que sean, que lo son. Él ha estado en las portadas de periódicos y revistas internacionales; él ha sido protagonista de documentales y programas de televisión; a él se han dedicado infinidad de libros escritos por los más conocidos periodistas gastronómicos del mundo. Repito la pregunta: ¿Y ahora qué?
Ferrán desaparece, al menos parcialmente, de la escena mediática sin haber conseguido siquiera un nombre para la revolución culinaria que, encabezada por él, ha protagonizado la cocina española de vanguardia. Y lo que es más preocupante, no hay nadie en el panorama nacional que parezca reunir sus virtudes para seguir como abanderado de nuestra cocina. No porque no haya grandísimos profesionales. Simplemente porque para coger la bandera hay que reunir muchas cualidades, no sólo la genialidad creativa. Principalmente la presencia mediática, algo que no está al alcance de casi nadie. Adriá es conocido en todos los rincones del planeta. Pero, ¿y los demás? Por si fuera poco, quien pretenda enarbolar la bandera, ponerse a la cabeza, tendrá que conseguir que sus restantes colegas le reconozcan como líder, reconocimiento que Adriá ha tenido siempre con contadas excepciones. ¿Ven ustedes en nuestro panorama culinario alguien a quien todos los demás le vayan a ceder con gusto ese privilegio? Creo que hay una persona que concitaría la casi total unanimidad, y que además ha hecho méritos sobrados para convertirse en esa cabeza visible de la cocina española en el mundo. Se llama Joan Roca, el mejor hoy por hoy de nuestros chefs. Pero me consta que no le hace ninguna ilusión. Y además le falta esa chispa mediática imprescindible para asumir ese papel. Joan vive centrado en su cocina, en su restaurante, en el trabajo con sus hermanos. Y le va muy bien así.
Hay más nombres. Por ejemplo el de Andoni Luis Adúriz, el cocinero por el que Ferrán Adriá ha apostado de manera más o menos implícita en los últimos tiempos, presentándolo en grandes congresos internacionales y dándole mucha cuerda. Pero no parece que el guipuzcoano concite la unanimidad de sus colegas. Y además su estilo de trabajo, su excelente cocina, es demasiado minoritaria. También podríamos hablar de Quique Dacosta, otro grandísimo cocinero, pero que tampoco cuenta con un apoyo incondicional y al que cuesta ver como líder indiscutible de la vanguardia española. Hace algo más de un mes, el New York Times publicaba un interesante artículo de Julia Moskin, sobre el cierre de El Bulli. En él se hablaba de “una armada sin bandera, un sistema solar sin sol”. Allí, Joan Roca, siempre sensato, declaraba que sin Adriá va a desaparecer parte de la energía actual de la cocina española. El reportaje era interesante, pero iba un tanto desencaminado. Sobre todo cuando señalaba como posibles sucesores al propio Dacosta junto a Carme Ruscalleda, Josean Martínez Alija o Paco Morales. Nombres importantes, sí, pero alejados del perfil de ese abanderado que tan difícil va a ser de encontrar.
Son muchos los que creen que Adriá eclipsaba a sus colegas y que sin él se abren nuevas posibilidades para muchos de ellos. Yo no lo tengo tan claro. Supongo que algunos empezarán ahora una lucha sorda por encabezar la vanguardia española, pero no les va a resultar fácil. Tal vez, sin el paraguas protector del genio, se rompa el buen ambiente que ha reinado hasta la fecha entre la gran mayoría de cocineros españoles. En una interesante entrevista que Pau Alborná le ha hecho a Adriá y publicada en la web 7 Caníbales, este decía que “no podemos exigir a ningún cocinero de España y del mundo que haga la función de El Bulli. Si no tienes tiempo y no creas un modelo es muy difícil, tampoco podemos pedir que haya otra revolución como la que se produjo a mediados de los 90 y que logró formar un movimiento”. Y hay algo más. La crisis terrible que atravesamos es un freno importante para la creatividad. El propio Adriá me decía no hace mucho que el modelo de restaurante, tal como lo conocemos ahora, va a desaparecer. Son tiempos de conservadurismo, de vuelta a la tradición, poco aptos para las vanguardias. De momento, como decía el NYT, nos quedamos con una armada sin bandera. Y eso no es nada bueno para nuestra cocina. Tiempos de incertidumbre en los que lo que está claro es que, pase lo que pase, nada volverá a ser igual. Ya veremos.
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