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Blogs Salsa de chiles por Carlos Maribona

Comer en las islas de Nápoles

Carlos Maribonael

El puerto de Capri

Como les he venido contando esta semana, escapada para asistir al Festival Islas de Nápoles, un evento auspiciado por la Cámara de Comercio napolitana para promover la oferta turística y gastronómica en las tres islas del golfo de Nápoles: Capri, Ischia y Procida. En la edición de este año se pretendía asociar literatura y gastronomía ya que estas islas han sido durante siglos el refugio predilecto de escritores y artistas de todo el mundo. Por ello, como invitados de honor a ese Festival se encontraban autores como Laura Esquivel, siempre entrañable y con la que he podido mantener agradables conversaciones sobre la gastronomía y la historia mexicanas. Pero lo que en este blog nos interesa es la gastronomía, y el recorrido por Nápoles y las tres islas me han permitido muy interesantes experiencias culinarias, excelentes algunas, muy decepcionantes otras. Vamos a ello.

La primera etapa, muy breve, estuvo en Nápoles, una ciudad contradictoria, llena de encantos y también de suciedad, de bellos edificios y de una evidente sensación de decadencia, de taxistas aprovechados y de gentes amabilísimas. Como saben todos, Nápoles es la cuna de la pizza. Por tanto debería ser el sitio más adecuado para disfrutar de las pizzerías. Sin embargo ya en mi anterior viaje a esta ciudad hace tres años salí algo decepcionado al respecto. Tal vez por unas expectativas muy altas. Eran entonces, y siguen siendo, referencias pizzeras napolitanas DA MICHELE e IL PIZZAIOLO DEL PRESIDENTE. Las dos mejores entre la abundante oferta. Pizzas de masa muy fina, hechas a la manera tradicional. Y establecimientos en los que no aceptan tarjetas de crédito ni reservan mesas, con la gente esperando en la calle para ocupar un espacio en alguna de las grandes mesas corridas. Pizza y sólo pizza, con precios entre 7 y 15 euros. Fundamentalmente las dos favoritas de los napolitanos: la margarita (con los colores de la bandera italiana: mozarella, albahaca y tomate, a ser posible de San Marzano, con su propia DOC) y la marinara (aceite, tomate, ajo, orégano y albahaca). Las pizzerías que elaboran la pizza a la manera tradicional (ya les conté en un post reciente que a la pizza hecha siguiendo ciertas normas le han concedido la Denominación de Origen Protegida) tienen en la puerta una especie de sello de garantía con la imagen del Polichinela de Carnaval.

No he tenido en esta ocasión tiempo para revisitar estas pizzerías, sólo una cena en GORIZIA, junto a la Vía Cilea, que es algo más que una pizzería. Cené una serie de fritos de verduras y de pescados mal enharinados y sin mayor interés. Sin embargo su pizza margarita estaba muy bien, lo mismo que unos espaguetis con fruti di mare sabrosos. Llevaban unos mejilloncitos y unas pequeñas navajas con gran sabor. Los mejilloncitos los hemos ido encontrando luego por todas las islas. La otra comida napolitana la hicimos en la terraza del Gran Hotel Parkers. Este hotel, de un lujo bastante anticuado, tiene un aceptable restaurante, GEORGE’S. Lo pudimos comprobar en un ligero bufet frío que nos ofrecieron. Bufet que quedó eclipsado por las maravillosas vistas sobre Nápoles y sobre el golfo que hay desde la terraza de la planta superior del hotel.

Nuestro recorrido por las islas comenzó en Procida, la más pequeña y la menos explotada turísticamente de las tres del golfo de Nápoles. Aunque en Capri y en Ischia también los hay muy buenos, los limones de Procida, junto a los de Sorrento, tienen fama de ser los de más calidad. Para quienes no los hayan visto, son limones de tamaño enorme (algunos casi como melones), con piel muy gruesa y poca pulpa, más dulces que los que encontramos en España. Con ellos se hace el tradicional limoncello, que no tiene nada que ver con el industrial que abunda en España. Para comprobarlo estuvimos en un pequeño limonar cuyos propietarios lo elaboran de manera artesanal. Pudimos probarlo (y comprarlo, muy barato, quien quiso). Pero lo mejor fue una comida tradicional que nos había preparado la dueña de la casa. Allí tuvimos la experiencia más interesante del viaje, sobre todo con una deliciosa ensalada de limón, plato que desconocía. Emplean la parte blanca que hay bajo la cáscara (muy abundante y gruesa en esos limones), que trocean y aliñan con aceite de oliva, sal, azúcar, hojas de menta, rodajitas de guindilla y el zumo del propio limón. Un descubrimiento. En la mesa, entre otras cosas, unos ricos boquerones marinados también con limón (el limón para todo, como nos dijo el propietario) y un poco de menta y guindilla; o alcachofas y berenjenas de gran calidad (qué magníficas verduras hay en las islas) marinadas igualmente en limón. Y por supuesto, tartas caseras de limón.

La segunda isla, para mí la de mayor atractivo en su conjunto, es Ischia. Aunque la recorrimos entera no hubo tiempo para grandes experiencias gastronómicas. Una lástima porque llevaba la referencia de UN ATTIMO DI VINO, en el Puerto, un sitio pequeño con magnífica bodega y cocina marinera. Se lo dejo anotado por si alguien visita la isla. Nuestra única comida fue en plan bufet (éramos un grupo grande de muchas nacionalidades) en el que está considerado mejor restaurante de Ischia: IL MOSAICO, en el hotel Manzi Terme. Un hotel de lujo recargado, con antigüedades de todas las épocas combinadas por todas partes, entre ellas un precioso belén napolitano. El restaurante tiene una estrella Michelin y es el más valorado de la isla por las dos grandes guías italianas. Sólo abre por las noches. El nuestro fue un picoteo de cocina moderna en el que destacaban una especie de caprese deconstruida servida en copa, un tartar de gallinella (gallo san pedro) y unas flores de calabaza rebozadas. Todo apuntaba buenas maneras, pero no tengo elementos suficientes para calificarlo.

Y dejo para el final la más famosa de las islas del golfo de Nápoles: Capri. Todo un mito del lujo y de la exclusividad. Isla agreste, llena de encanto, con tiendas prohibitivas, preciosas villas sobre el mar y hoteles únicos. Abundan los restaurantes, aunque nuestras experiencias fueron muy contradictorias. Lamentable AGORÁ, en Anacapri, un restaurante de servicio lentísimo y cocina muy flojita. Se salvaba la focaccia y una ensalada de frutos de mar (con esos buenos mejillones de las islas) en la que junto a los mariscos de la zona se incluía salmón ahumado, supongo que para darle un toque “cosmopolita” (al precio sobre todo). El peor risotto (al limón, con calamar) que he tomado en mi vida, insípido y más parecido a un arroz con leche que a otra cosa. Por no hablar de unas pésimas albóndigas de pez espada. Nada que ver con DA PAOLINO, un sitio ideal, con su terraza en un jardín de limoneros y un servicio rápido y amable. Está especializado en pescados. Estupenda la textura del carpaccio de pulpo, y excelentes los tagliatele con frutos de mar. Bajó un poco una dorada al horno con ensalada, muy buena pieza pero pasada de punto. Bebimos un Branciforti nero davola siciliano. Entre los postres el tradicional babá napolitano, ese empalagoso bizcocho empapado en ron que tanto gusta a los locales. Preferí las fresas de la isla, magníficas, que me recordaron mucho a las de Aranjuez.

Pero sin duda la mejor experiencia gastronómica en Capri la tuvimos en IL RICCIO, que traducido sería El Erizo. Colgado sobre el mar, encima mismo de la gruta Azzurra, punto de visita obligado para los turistas, tiene una gran terraza abierta que resulta muy agradable. Estupendo servicio de sala. Su jefe de cocina (cocina abierta al comedor) es Andrea Migliaccio, que ha estado unos meses en España con Xavier Pellicer en ABAC y con los hermanos Torres en DOS CIELOS. Y se nota. Sobre todo en los puntos del pescado, producto en el que se centra la carta, aunque hubo sitio también entre los antipasti para una buena parmigiana de berenjena y para un tomate “cuore di bue” con fiordilate, ese queso fresco de vaca que rivaliza con la mozzarella y que para mí es mucho más sabroso. Unos fritos a la italiana (de rebozado mejorable), un carpaccio de pez espada, una ensalada de mar (pulpo, sepia, mejillones, gambas) y, lo mejor de todo, unos pulpitos (polipetti) guisados con aceitunas y “scarola” (no confundir con la nuestra, esta es una especie de acelga). Tras las entradas, un poco de risotto “ai frutti di mare” (omnipresentes como ven), muy sabroso, y para que no faltara la pasta unos riquísimos paccheri con tomate, berenjena y scamorza ahumada. Como remate, una parrillada de pescado y verduras con pez espada, calamar y gamba roja (de gran nivel los tres y en su justo punto, algo meritorio en esta zona), que iba acompañada de un pesto extraordinario por su frescura y sabor. Para beber, un blanco de la Campania, Terredora (uvas greco y falangina), y un tinto toscano, Santa Maria, de Marchesi di Frescobaldi. Sorprendente el cuarto de frío donde se conservan los postres, tanto frutas como dulces, en el que los clientes pueden elegir lo que prefieran. En conjunto, un sitio muy recomendable para quien viaje a Capri.

No puedo decir lo mismo del restaurante L’OLIVO, en el magnífico y lujoso hotel Capri Palace, en Anacapri. Otra de esas incongruencias tremendas de la Guía Michelin. Resulta que ostenta nada menos que dos estrellas, lo que lo sitúa al mismo nivel que un QUIQUE DACOSTA o un MUGARITZ y por encima de CALIMA, EL BOHÍO y tantos otros. Increíble. Allí fue la cena de gala del festival y cenamos francamente mal. Alguien puede decirme que era una cena para 80 personas. De acuerdo. Pero también el salón Millesime de nuestro amigo Manuel Quintanero da de comer a varios centenares en cada edición y se come de maravilla. Y además, si un restaurante no está preparado para dar de comer a mucha gente a la vez que renuncie a hacerlo, sobre todo si entre los asistentes hay periodistas gastronómicos de todo el mundo. Se estrelló el alemán Oliver Glowig, chef de este L’OLIVO, como se estrella una y otra vez la guía Michelin con sus agravios comparativos hacia España. La parmigiana de berenjena, mucho más floja que la que habíamos tomado al mediodía el Il Riccio. Un bacalao marinado con brandada y salsa de pimientos estaba salado y reseco, como emplatado muchas horas antes. Se salvaban los paccheri (pasta) con ragú de calamares. Y volvía a fallar con un filete de chernia con verduras y algas, el pescado totalmente pasado de punto. Ni siquiera lo arregló con el postre, un tartufo de chocolate con avellanas que era pura mantequilla. ¿Dos estrellas? ¿Por qué no intercambiamos a los inspectores italianos con los españoles? En cualquier caso, viajen a estas islas, vale la pena.

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