Mientras nos recuperamos de la Navidad y preparamos nuevos listados polémicos (el de mexicanos está al caer) un pequeño comentario sobre mi estancia de un par de días en París: Frío polar (nieve) y multitudes incómodas de turistas (colas interminables para todo), pero la ciudad tan agradable como siempre y con ese nivel culinario que siempre nos provoca una sana envidia. Por ejemplo esa planta de las Galerías Lafayette dedicada a la alimentación. En España no tenemos nada que se le parezca, a pesar de que nuestro nivel económico y gastronómico ya no está tan lejos de Europa. Porque el Club del Gourmet de El Corte Inglés, de momento, no tiene nada que ver con ese Lafayette Gourmet con espacios propios para los platos chinos o indios (lo que ofrecen en su mostrador ya es mejor que lo que se puede tomar en cualquier restaurante indio de Madrid), y productos de todo tipo y de todo el mundo. Pero vamos a lo nuestro. He podido tomar unas espléndidas ostras Gillardeau del número 2 en la brasserie Kleber, en la avenida del mismo nombre (lo de las ostras bien catalogadas por tamaños y procedencias es un motivo más de envidia); o hacer una cena tradicional en un modesto y acogedor restaurante de cocina francesa a espaldas de la Madeleine, con sus caracoles a la borgoñona, tarta de berenjenas, aspic de pato, carpaccio de buen foie-gras, riñones de ternera excelentes, o ballottine de ave a la crema de ajo, y de postre un surtido de quesos franceses bien afinados. Y todo en un menú de 36 €, para los que nos acusan de elitistas, al alcance de todos. Regado con un borgoñoa Santenay premier cru 1998, cuatro personas pagamos poco más de 50 € por cabeza. Una dirección muy recomendable: Saveurs et Salon; 3, rue Castellane, en el 8º.
También he tenido una cena de más nivel en el recuperado L’Astor, del hotel del mismo nombre en la rue Astorg (cuyo comedor aparece en la foto). Llegó a tener dos estrellas Michelin en 2000 y luego las perdió. Ahora, de la mano de Laurent Delarbre, vuelve a recuperarse. Poco más de 90 € por persona, con copa de champán para abrir fuego y un buen borgoña Volnay. Les cuento algunos platos: Espléndidas vieiras marinadas con sorbete de manzana verde; atún rojo marinado, perfecto de punto; terrina de foie muy clásica; gamo en hojaldre con un toque de foie, puro sabor a monte en una preparación bien tradicional; buey a la parrilla con verduras; y un bacalao perfecto de calidad y de punto de cocción pero con una discutible salsa de mostaza a la antigua. Falló el carro de quesos, demasiado escaso para un lugar de esa categoría.
En fin, que en París se puede comer bien de muchas maneras y con mucha variedad de precios. Lo dicho, sana envidia.
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