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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Usted

Salvador Sostresel

Yo aprendí lo trágico escuchando cómo mi abuela follaba de usted con su encargado. Aprendí lo trágico, lo descarnado, pero sobre todo me impresionaba que mientras jadeaba y se pedían guarradas lo hicieran de usted. Subrayaba la jerarquía, la orden dada con morbo pero con desprecio, y obedecida tal vez con asco, pero seguro que con respeto. De usted. Era lo que no tenía que ser y era, casi como un incesto, un secreto más que oscurecía a mi familia. Yo ya de niño dormía interrumpido y en la casa del verano me levantaba varias veces en la noche, al baño o a la nevera, y escuchaba los ruidos de los amantes que no podían imaginar que yo estuviera despierto.

Mi abuela era luego violenta con su encargado pero yo sabía lo que habían estado haciendo. Y la mentira en la que aquella escenificación se basaba, la mentira que nadie más sabía, y todo el mundo creía que no se soportaban, a mí me daba un poder sobre la realidad, sobre la ignorancia de los demás, sobre la culpa de mi abuela, y aunque nunca lo utilicé como chantaje, tampoco nunca más viví en el temor de Dios ni en la obediencia, y empecé a hacer sin pudor lo que me venía en gana, y sin ningún miedo a que nadie me lo reprochara. Mi contabilidad interna se había puesto en marcha. Si mi abuela hacía aquello, yo tenía mucho, mucho margen. Era trágico porque era mi abuela, era trágico porque la estructura se me vino abajo, era trágico porque sabía la verdad y no podía dejar de saberla y yo prefería una y mil veces el candor de la inocencia, aunque fuera un engaño, que los ensayos de transgresión en la intemperie.

Era trágico también porque yo quería al encargado como a un hermano mayor y se estaba tirando a mi abuela. Pero sobre todo era trágico porque el mundo estaba desordenado y yo no podía hacer nada por devolver las piezas a su lugar. Todo estaba desordenado por el sexo, que yo aún no comprendía pero que ya tiraba de mí del modo más bruto y humillante, supongo que como de todos los chicos a los once o doce años, y lo que había visto en las revistas y escuchado en los jadeos y otras conversaciones de adultos, siempre a medias porque estaba el niño, era de una tremenda sordidez y tenía mucho más que ver con el pecado, lo obsceno y la destrucción que una manera bonita de completar dos vidas.

Aquella fue la primera vez, luego vinieron todas las demás. Yo siempre he conocido las cosas por donde se rompen, y el sexo en la bisectriz que al juntarse dejaba mi mundo expuesto con toda su crudeza, sin ningún subterfugio, cordero sacrificado, agotado el crédito y es tu problema, Salvador, si quieres continuar teniendo esperanza. Tú verás en qué y por qué, y de cuánta fuerza dispones. Éste es un camino solitario.

Han pasado los años. No me persiguen los jadeos de usted en la noche, pero me doy al sexo con la misma brutalidad y aunque trato de evitar la sordiez, fracaso en la mayoría de ocasiones. Siempre es algo sucio, ansioso, robado, brusco, que tan cerca está de aburrirme como de excitarme o de darme asco. Hay algo fisiológico y luego otro vínculo más atávico, pero nunca es elaborado, ni fluye con el dulce enamorado; y el interés se desvanece en el preciso instante de ser consumado y me levanto y me aparto a toda prisa como si huyera de la escena del crimen justo cuando está llegando la policía.

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