Todos los partidos catalanes sin excepción han suscrito un acuerdo contra la xenofobia y el racismo. Es un acuerdo lamentable. Cínico e hipócrita por parte de los partidos independentistas, que han convertido a sus adversarios en enemigos, a más de la mitad de catalanes en miserables y en fascistas, y a los españoles del,resto de España en comadrejas que merecen ser exterminadas de la Tierra. Por mucho que el independentismo se haya sinceramente creído su propaganda buenista, el “ni un papel en el suelo” y las sonrisas, no lo dudo, su realidad es intimidatoria, violenta y sucia, y desde las llamadas leyes de desconexión, aprobadas el 6 y 7 de septiembre de 2017, hasta los ataques con que el fin de semana pasado quisieron impedir el mitin de VOX en Barcelona -pasando por el 20 de septiembre y el 1 de octubre-, han sido el más desolador monumento al racismo, al odio y al choque étnico. Étnico porque lo dicen ellos. Que pretendan ahora dar lecciones de lo contrario, y sin haberse disculpado, es un escándalo.
El mismo escándalo que es y resulta que los partidos que fueron agredidos -ellos y sus votantes-, y convertidos en extranjeros en su propia casa, se sienten, comme si de rien n’était, a firmar este acuerdo. Que el buenismo es idiotizante lo sabíamos hace décadas. Pero que pudiera nublar hasta tal punto el cerebro de personas inteligentes y hasta brillantes como Miquel Iceta y Alejandro Fernández queda fuera de cualquier indiciomrazonable.
El “procés” ha sido esencialmente un racista, xenófobo, odio. El sentimiento básico del independentismo es que los catalanes somos mejores que los españoles, y el desprecio con que se hace referencia a todo lo español, aunque no necesariamente a todos los españoles, indica la xenofobia que quieren negar, y no dudo que no se reconozcan en ella, porque viven tan al margen de la realidad, y tan abducidos por su propaganda, que se les tornan incomprensibles hasta las más clamorosas obviedades.
El truco, siniestro truco, de culpar de todo a España, de absolutamente todo lo malo que ocurre en Cataluña y la criminalización del adversario convertido en enemigo es como decía un viejo truco, el viejo truco de los que hicieron del odio su maquinaria de guerra a mitad del año pasado. Racismo, xenofobia y odio han sido los ingredientes fundamentales del proceso separatista, siempre adornado por la cursilería muy propia de tantos catalanes, expresada sobre todo en las distintas cenefas a las que hemos tenido que asistir en las manifestaciones de cada Diada. Con tanto azúcar, costaba no marearse.
Los partidos medianamente serios que aún quedan en Cataluña no pueden blanquear de este modo tan gratuito y estúpido a los partidos independentistas, ni abstraer a la ciudadanía de la culpa que tienen en el caldo de cultivo agresivo y bravucón con el que han dividido a una sociedad en bloques y nos han obligado a tener conversaciones muy desagradables.
Torra y Elsa Artadi firmando un manifiesto contra el racismo y el odio son Tip y Coll llenando un vaso de agua. Que PP, PSC y Ciudadanos corran a hacerles los coros indica enfermedad, una enfermedad grave, intelectual pero sobre todo endogámica, como si la hemofilia no nos hubiera respetado, y certifica la importancia, mortal de necesidad, de que Pablo Casado nos haya mandado a Cayetana.
Otros temas Salvador Sostresel