Un hombre paga. Pagar es una virilidad. Paga, hombre. Un hombre que paga no tiene derecho a nada pero está en su lugar. ¿Qué haces, Salvador? Estoy pagando. Yo tengo mucha gracia pagando.
Ahora acabo de pagar nuestro hotel en Ginebra para unos días del mes de julio. Presidente Wilson. Lo ha elegido la niña, por la piscina. A mi mujer le ha parecido muy bien. Y pagando me he sentido como si en verdad fuera el presidente que da el nombre. No creo que sea la sensación de estar en él sea mejor que la de haberlo pagado. Lo único que me sabe mal es que como ya he pagado por teléfono, cuando nos vayamos no podré volver a pagar. Me gustan los check out con aquellas facturas de varias páginas. Me gustan cuando los extras son más caros que la pernocta.
Pagar no es mandar. Pagar es pagar. Pagar no es ninguna superioridad. Pagar es una satisfacción íntima, una cortesía como decir adiós haciendo el signo de la ola con la mano. Pagar da seguridad a los demás y es repartir esperanza. Yo he pagado siempre y mi esposa no se ha sentido nunca inferior, ni obligada, ni débil. Un hombre paga porque es un hombre. Una mujer no paga porque es una mujer. La cortesía no es machista. Quien considere que pagar es machismo tiene un problema con el dinero, pero sobre todo con la vida. Eleanor Roosevelt dijo que nadie podía hacerte sentir inferior sin tu permiso. No he conocido a ninguna mujer interesante que discuta quién paga. Hay que ser muy poca cosa, confiar muy poco en ti misma y ser víctima de todas las inseguridades para sentirte agredida o cuestionada cuando un hombre paga.
¿Qué hacemos los hombres? Pagamos. Somos una benéfica eterna. Proveemos. Unos días suizos con mi familia en el President Wilson de Ginebra. ¿Pero no os habíais separado? Oiga, oiga. Para empezar yo no me he separado de nadie y mi mujer digamos que muy lejos no es que se haya ido durante este año. Y para continuar, que un matrimonio fracase no significa que la familia tenga que fracasar. Podemos por frivolidad o por inconsistencia -la mayor parte de los demás motivos acaban redundano en estos dos que he mencionado- quebrar la promesa que hicimos, pero no hace falta romper las fotografías. ¿Cómo podría no llevarte conmigo si eres la madre de mi hija, llevamos 10 formando parte de nuestras vidas, y el año en que dijiste que te marchabas nos hemos visto exactamente lo mismo que cuando dormíamos juntos? Yo soy el President Wilson con todo pagado desde el principio. Ni mando, ni sabría qué mandarte, ni te intimido ni podría quererte si pensara que dependes de una factura de hotel para sentirte mujer o libre.
La ordinariez no es libertad. La vulgaridad nunca es liberadora. Renegar de la cortesía es atentar contra la caricia que hace que este mundo se pueda soportar. Un hombre paga, tal como el desodorante es el gran pacto de la Humanidad. Si cedemos en todo, nos vamos a quedar sin nada. Paga, hombre, paga. Cede el paso a las damas. Anticípate. Sé mágico.
Como siempre, en el fondo, no se trata de machismo o de feminismo, sino de estar bien con uno mismo, de la alegría, de la celebración de la vida, de la gratitud, de la generosidad. Lo que viene a por nostros, no son ni los derechos ni la libertad de la mujer que nunca hemos negado, sino la rabia del resentimiento, la brutalidad que suele generar el dolor, la tristeza de quienes se ven tan diminutos, y tan mezquinos, que cualquier elogio -y pagar es un elogio- lo toman como una burla, porque se sienten indignos de merecerlo.
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