Cada segundo jueves de mes se instala en General Goded, limitando con el Turó Parc, un puesto de embutidos de la Cataluña interior, de la Vall del Ges concretamente, y yo les compro siempre que paso por allí y les veo, o si me acuerdo y acudo expresamente. La cabezada de lomo es memorable; la longaniza también, aunque yo prefiero la de Sort o la de Casa Cunilla, en Barruera.
Ayer pasé y el puesto resistía noble bajo la lluvia intermitente, pero tuve que reprimir mis instintos porque desde hace unos días estoy a dieta. Había llegado a extremos lamentables, o más lamentables que de costumbre, por decirlo tal vez de un modo menos inexacto.
Pasé por el magnífico puesto yendo camino del Coure, donde había quedado para almorzar -suave- con tres amigos. Y ahí estaban, sensuales, mi cabezada y me longaniza. Y ahí estaba, también, mi dieta imprescindible.
Si yo hubiera sido un resentido de izquierdas habría incendiado el tenderete, habría mandado detener al señor charcutero, y habría escrito en este blog una fatua contra los maravillosos productos porcinos, para que mi privación fuera la del mundo entero, y para proyectar mi frustración en el dolor de los demás.
Pero como soy un alegre chico de derechas, como la derecha soy yo y ni la dieta puede robarme esta inmensa alegría de estar vivo, me acerqué al puesto como cada segundo jueves de mes, abracé con el mismo entusiasmo de siempre al maestro charcutero, y le pedí que me pusiera lo mío pero multiplicado por tres, en tres bolsas distintas, que regalé a cada uno de mis amigos cuando fueron llegando al restaurante.
Hay cosas que me salen bien, un poco por fortuna y bastante por voluntad. Pero ésta de los embutidos, no. Ésta no me salió bien, ésta soy yo. Yo soy así y ésta es mi actitud. Porque estoy contento y agradecido. Porque pienso que la vida es un lugar maravilloso. Porque soy partidario de estar contento, de las sobremesas, de reír, de crecer a través de los demás, de la ternura como metáfora de la solución universal, de la generosidad como pauta cívica, y de vivir alargando los dedos para tocar la cara de Dios.
Grandes alegrías de mis amigos, grandes pulardas con trufa negra, memorables quesos Reblochon y Fourme d’Ambert, longitudinal sobremesa.
Qué bello es el mundo, y qué fértil, cuando corta y reparte la derecha. ¡Alegría! ¡Que nadie se vaya nunca de esta mesa!
Sólo cenizas habrían quedado si yo hubiera sido de izquierdas.
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