Siempre por Semana Santa, Dios y su Hijo único bajan a la Tierra en visita privada para ver qué aprendimos de su lección de amor.
Y al lado de alguien que ha perdido la esperanza ven a un padre que acaricia la mejilla de su hija hasta que se queda dormida. La fe se prodiga como los días se alargan para preparar el verano, pero de repente el mal estalla y miramos al cielo en busca de respuestas, y cuesta seguir creyendo sin una prueba.
La mano abierta del deseo lo quiere todo pero hay días que ni la música puede sustituir a las lágrimas.
A veces Dios piensa que si nos volviera a mandar a su Hijo, volveríamos a matarle; y a veces sonríe en la sombra de la melena de una madre que se inclina para coger a su niño y amamantarle, y piensa que todavía podríamos salvarnos.
Los días se derrumban en las noches aterciopeladas, pero por perdidos que estemos, el amor siempre sabe dónde encontrarnos.
Cae la noche y Dios y su Hijo vuelven a su Reino, justo cuando tú y yo nos desvestimos y nos preparamos para meternos en la cama. Y aunque te quiero como nunca antes había querido a nadie, las discusiones y los desencuentros no nos son ajenos.
Pero entonces apagas la luz, me coges la mano, y todo se recompone como si fuera nuevo. Para mí rezar es dar gracias a Dios por haberte encontrado a tiempo.
(Artículo que depende de algunas letras de Paul Simon).
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