El exdiputado de Convergència, Miquel Roca, publicó ayer un artículo en La Vanguardia lamentando el estilo brusco y grosero de Trump, contraponiéndolo a los modales de los viejos buenos tiempos.
Roca formó parte de los viejos buenos tiempos y fue un claro representante del establishment. Hizo de la política un flirteo de inconfesables intereses y de cuantiosas transacciones. Si se peleó con Pujol no fue porque rechazara las prácticas recaudatorias de su primogénito, sino porque fue el primogénito quien le desplazó en su papel de recaudador principal del partido. Convergència ha tenido muchos recaudadores, pero ninguno que apartara para él una parte tan acolchadita como la que se apartaba Miquel.
La política catalana, y la española, han tenido a muchos cínicos, y muchos de ellos están todavía en circulación. Pero ninguno tan siniestro como Roca, ninguno tan calculador y desalmado; ninguno tan ajeno a cualquier sentido del deber, de la compasión o de la generosidad. Si los votantes prefieren hoy a líderes tan alejados de la política convencional es porque la política convencional les acabó dando asco. Roca convirtió la causa del catalanismo político en el sucio politiqueo del nada por aquí, nada por allá, mientras todo iba pasando por detrás sin que nadie se enterara.
Como abogado, al dejar la política, fundó su despacho recibiendo los encargos profesionales que a petición de Pujol le hicieron las grandes empresas catalanas, y ese fue el precio para que Roca no hablara más de la cuenta, sobre todo de lo que sabía y todavía sabe de los manejos de los hijos del expresidente de la Generalitat.
Si Miquel Roca añora la vieja política es por la tajada. Cuando habla de los buenos modales se refiere a sus buenos porcentajes. Roca se siente inseguro con Trump porque no es un mindundi como a los que él intimidaba. Y sabe que los millonarios, los de verdad y no con los que él trataba, a los fariseos de medio pelo, primero los aplastan y luego los barren.
Otros temas Salvador Sostresel