Si yo fuera restaurante querría ser Mugaritz, porque Andoni es el único genio en ejercicio que habla con Dios directamente; y hasta a veces se enfada con él.
Me gusta el orden hasta que comparece el Genio. La jerarquía, la represión y el orden es lo que hacemos para preparar la llegada del Genio; el rigor, la responsabilidad y las buenas maneras son la nostalgia del casi olvidado gesto de los rebeldes contra la tiniebla del Imperio. Somos viejos guardianes de una orden reclutada hace mucho tiempo para proteger al Genio cuando se alza contra lo mediocre lo vulgar lo pedante lo sobrero, y crea su arte superior y purísimo sobre la cuerda floja que une a la Humanidad con Dios. Esto es la éltie y no lo que tú quieres creer. Si la élite fuera un coche o un bolso o un teléfono, ¿me molestaría yo en ser elitista? Es tal la vulgaridad de nuestra era que ser un genio es más peligroso que ser un delincuente.
La élite es el sufrimiento y la soledad de la cúspide, la agonía permanente del Genio, el ansia que le perturba y le desespera y gracias a él avanzamos y mejoramos y vemos cuando antes éramos ciegos. Por eso si yo fuera restaurante querría ser Mugaritz. Porque sólo allí se produce el salto a la Luz, el diálogo con lo que nos transciende, con lo que no nace ni muere.
En Andoni clientes y obra se funden en una espiritualidad vertical y delicadísima, como si todos se hubieran marchado y te hubieras quedado a solas con quien te imaginó y te hizo. No es una conversación apacible ni amable. Se toca la violencia en Mugaritz y no eres cliente si no te alzas con Andoni, si no sufres con él, si no querrías morir en la última gloria de cada plato, como él, con él, con su agonía al límite de la asfixia, con su rebeldía tan fértil que sólo se realiza en el abismo y que le ha condenado a la soledad y a la incomprensión, a la ira de la turba, al desprecio del sistema, a la obstinación como única solución, como única herramienta.
Hay una altura moral que yo es la única que aprecio y es la del Genio aferrado a su don, luchando contra la inundación, sobreponiéndose al dolor, aprendiendo a hallar la calma en el ojo del huracán como el sentido último que todo tiene y que suele revelarse cuando ya la gente se ha cansado de esperar.
Querría ser Mugaritz, si fuera restaurante, si fuera obra de arte, como un acento de luz sobre lo único que importa aunque nadie sepa entenderlo. Desde que El Bulli cerró hemos sido mendigos desterrados del Cielo, sin casa y sin estrella; tanto, tanto escarnio de chefs pretenciosos e impotentes, de mamarrachos insolventes, de críticos corruptos y sin ningún criterio, y esta Guía Michelín que tendría que venderse, por su categoría ética, con vales de descuento para los clubs de carretera.
Desde que el Bulli cerró dormía en la calle hasta que Andoni se me apareció. Un genio es volver a tener casa. Y la esperanza temblando en el filón, en el filón angustioso donde sólo lo sublime se tiene, angustioso inalcanzable y luminoso como siempre que quien aguarda en el otro extremo es Dios.
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