Mi hija me explicó que el cocinero del colegio se rompió algo y causó baja y que el sustituto, Ricard, es mejor y que estaría bien que se quedara. “Porque lo que nos gusta lo hace muy bueno y lo que no nos gusta, también. En cambio con Gúmer sólo era bueno lo que nos gustaba y lo demás era un asco”. Me pareció una apreciación sutil, elaborada, tantos restaurantes empiezan a dar su resultado. Le pedí que me lo explicara con más detalle. “Gúmer hace las verduras de cualquier manera, cortadas a lo bruto, llenas de hilos, con muy poco aceite, casi sin sal. Ricard quita los hilos, las corta más finas, les pone un aceite muy bueno y un poco más de sal. Hasta las lentejas, que las odio, las hace buenísimas”.
Le dije a Maria que del mismo modo que me lo había explicado a mí, se lo explicara a la directora. Y lo hizo, orgullosa de su percepción y de su argumento y esperando que la directora tuviera la sensibilidad de apreciar la sutileza de su observación. Però no vam estar de sort. La única respuesta que obtuvo es que Gúmer volverá cuando se recupere, “porque es lo que toca”.
El colegio de Maria es mi colegio y su fundadora, Júlia Castells, que fue mi directora, no sólo aceptaba sino que apreciaba y fomentaba este tipo de debates y de conversaciones. Excitava nuestro sentido crítico y cuando veía que algún alumno trataba de elevar el nivel de la conversación, tiraba del hilo para ayudarle en su esfuerzo por ser mejor. Yo fui educado así: en este estímulo, que muchas veces no era más que un juego, pero que tantas otras me sirvió para mejorar mis reflejos, mi mirada sobre las cosas, mi sentido de la justicia y ese humor que es el estandarte más radiante de la audacia, de la inteligencia y del talento.
Es escasamente pedagógico y bastante deprimente dejar a una niña como mi hija con la única, seca, mediocre respuesta de “porque toca” cuando está planteando -en un tono y en unos términos que implican una madurez que cualquier directora tendría que agradecer- una cuestión tan fundamental y tan relacionada con la meritocracia como que los mejores son los que merecen el premio. Si Gúmer se queda “porque toca” y de nada sirve que Ricard se moleste en hacerlo mucho mejor, ¿qué mensaje le está dando la directora a mi hija? ¿Qué le está diciendo exactamente? ¿Que no hace falta que se esfuerce, porque al final el mundo será de quien toque?
Yo entiendo que a lo mejor Ricard no se puede quedar, o que hay algún tipo de contrato o de concesión que protege la permanencia de Gúmer, o cualquier otra circunstancia, pero una niña que tiene el valor de ir a la directora a desarrollarle un argumento de semejante delicadeza, merece una respuesta, una atención, un cuidado y un reconocimiento que van bastante más allá del “porque toca” administrativo. Lo digo por Maria, naturalmente, pero también por la directora, porque si una directora no es capaz de conmoverse ante una niña y una conversación tan especiales, tal vez tendría que plantearse si ha identificado correctamente su vocación.
Mi colegio fue el de Júlia Castells, y es el de Carme Sánchez, que actualmente preside la Fundación que lo gobierna; así como también el de profesores tan extraordinarios como Manel Erència o Carme Arrese. Y su excelencia -la del colegio- depende absolutamente de la artesanía, el genio, y la curiosidad de sus maestros. De su capacidad aún de sorprenderse y de maravillarse cuando detectan a un alumno especial. Mi colegio no tiene grandes patios, ni portentosos pabellones, ni dotados auditorios. Es todo sensibilidad y talento, atención, calidad. Si a mí me hubieran aplicado el “porque toca” habría acabado repartiendo pizzas. Si mis profesores no hubieran tirado del hilo mis instintos, mis instintos no habrían adquirido forma, ni profundidad, ni sentido. No me habría sentido orgulloso de captar su atención, de poder conversar con ellos desde la complicidad del adulto, ni para mí la palabra bien dicha habría tenido ningún prestigio. Yo sé que desde donde esté, aún Júlia Castells me lee y que está de acuerdo con todo lo que razonablemente expongo en este artículo.
Gúmer, me sabe mal que la metáfora te haya tocado a ti -esto de las metáforas es terrible- y escribir que eres un bruto con las verduras, porque yo también lo sería; y no sé lo que te rompiste, ni cuándo volverás, pero te deseo una pronta recuperación en todos los sentidos. Por Dios, Gúmer, de verdad, que esta historia no es contigo. Sólo te pido que entiendas el concepto: que mi hija tiene razón en lo del mérito y que está bien que sepa detectarlo, y defenderlo, a sus siete años y medio.
Y tú, Ricard, pues sigue confiando en tu esmero. No desesperes ni ceses en tu intento, porque este es el único camino correcto. El de hacerlo bien, muy bien, y el de intentar ser cada día mejores. No sé si querías quedarte en el colegio. Si es así y no podrás, “porque no toca”, te animo a olvidarlo pronto y a mantener intacta tu fe en tu trabajo, y tu cuidado en hacerlo. Si igualmente te querías ir, que tengas un muy buen viaje y el reconocimiento agradecido de una niña y de su padre.
Y en fin, el colegio, pues no sé exactamente qué decir. En lo fundamental continúa siendo el que yo conocí y el que a mí me sirvió de tanto, pero respuestas como la que obtuvo mi hija me hacen pensar que los proyectos que dependen tanto de la sensibilidad de su director no basta con que tengan un director correcto sino que necesitan un genio, como sin duda mi colegio lo tuvo con Júlia Castells y tras ella Carme Sánchez, que continuó espléndidamente su trabajo.
Lo mejor, y mi colegio está en esta categoría, tiembla siempre en el alambre. Es su característica, su destino. Derrida lo dice: un poema corre el riesgo de no ser nada pero no sería nada sin este riesgo. Por decirlo en notas, en la cumbre un seis y medio es un cero.
Otros temas Salvador Sostresel