Mis amigos Adrià e Ignacio han decidido invitarme a París por mi cumpleaños, que será el próximo sábado. Tener amigos de derechas es importante por dos cuestiones fundamentales: primero porque conciben invitarte a viajes de 3.000 y sobre todo porque no intentan ser originales. Hay que pagar y confiar en lo que siempre ha funcionado: como en la Iglesia, como en Via Veneto, como en Bel, como en París cuando cumples 42 años, del Costes al Hemingway, del Duke’s a L’Atelier, de L’Ami Louis a Le Bouclard. La originalidad es el vicio más detestable. Seamos clásicos. Bebamos sobre lo que hemos bebido, volvamos a nuestros bares.
Para nosotros que tenemos de todo y todo nos parece barato, que nos lleven a París con los destinos claros es el gran regalo. La mejor textura del lujo es la que no necesita adornos y colorea la exaltación de nuestro espíritu. La eufórica alegría de algunos escenarios, la felicidad recordada y la felicidad que añadimos. Hay que tener amigos a los que se les ocurra invitarte a París y amigos que entiendan el regalo que les haces cuando les invitas tú.
El gran sentido de la vida es volver y construir sobre el recuerdo de lo que nos hizo felices. No queremos descubrir nada, ni inventar nada, ni revolucionar nada. La derecha nunca nos hemos movido. Nos compramos cuando la necesitamos una chaqueta en Bel y como mucho alguna camisa en algún otro camisero si nos viene muy recomendado por amigos muy seguros, que cada vez quedan menos.
París de fondo de armario, París de lo que hemos vivido, París para las muchas grandes noches que todavía nos quedan y París para esperar en paz la muerte pensando que todo esto nuestro ha merecido la pena.
Un viaje a París. Dos días es suficiente. Dos amigos que reconozcan las categorías de lo que nunca cambia y que también tengan la intuición de lo intangible: algo así como Dalí, que dijo que si El Prado se incendiara, salvaría el aire de Las Meninas. Vivir en un homenaje interminable a la vida.
Otros temas Salvador Sostresel