Otra vez el dolor, otra vez la frustración, otra vez La Civilización asomada al abismo de que el mal existe. Otra vez el relativismo, otra vez la mediocridad, otra vez las afueras de Dios.
Otra vez la arrogancia de los que todavía no han entendido que son víctimas, otra vez la noche oscura del alma de los que no se dan cuenta de por qué nos matan. Otra vez el viejo resentimiento más resistente que el terror y los disparos. Otra vez nuestra devastación moral reflejada de igual modo en el rostro de odio de los asesinos y en el silencio atroz de los cadáveres.
Otra vez hacerse cargo de este Occidente enfermo y cansado, incapaz de reconocerse y por lo tanto de defenderse. Otra vez los que tantas lecciones quieren darnos con sus truculentos libros donde se escribieron las peores matanzas. Otra vez los fantasmas del fracaso convertidos en voces autorizadas y otra vez el mundo libre dejándose hipnotizar entre sus sábanas.
Otra vez teniéndonos que mirar en el espejo de nuestra raquítica idea de libertad y de nuestra trascendencia atrofiada -que es lo mismo, y los laicos son unos cobardes- para ver que lo peor no es que nos maten; otra vez siendo los cómplices necesarios de los que quieren exterminarnos. Si ahora alguien nos pidiera sangre, sudor y lágrimas -Valentí Puig lo dice en su oda a Churchill- quizá las piernas nos temblarían demasiado. Otra vez a tener que tocar fondo -porque al parecer todavía no lo hemos tocado- hasta que alguien emerja de las profundidades de nuestra miseria insondable para volver a afirmar nuestras más urgentes obviedades. Otra vez la Humanidad en la sala de espera. Otra vez la Humanidad atascada, extraviada y sola, sin saber con quién ir a apurar las últimas gotas de ternura.
Otra vez la paz banalizada en pútridos discursos colaboracionistas, otra vez la libertad humillada por los siniestros fabuladores de causas, otra vez el gran dolor del mundo desplegando sus alas al amparo de los rapsodas del verdugo.
Otra vez tú, en el centro de la nada, tratando de mirar hacia otra parte para no ver y enfrentarte a los vertiginosos ojos de la muerte que nos vienen tan de cara. Otra vez tú, tratando de controlar el pánico. Otra vez tú, mon semblable, mon frère, pretendiendo que negando al enemigo conseguirás que no exista.
Y otra vez vienen a por nosotros, y otra vez eres su mejor aliado para que nos ganen.
Otros temas Salvador Sostresel