Mis mujeres, que son las más inteligentes, nunca se han manifestado y siempre han trabajado, nunca han gritado y siempre han brillado, nunca han odidado a los hombres y siempre nos han querido, y nos han hecho sentir hombres plenipotenciarios sintiéndose ellas mujeres de pleno derecho.
Las cuotas les parecen humillantes porque les sobra talento para conseguir lo que quieren. Son muy femeninas, y muy hembras, pero nunca feministas porque el colectivismo les causa toda clase de disgustos, los mismos que a los hombres inteligentes: feminismo, sindicalismo, veganismo, qué más da. Todos los gremialismos son la misma ofensa a las mujeres y hombres que trabajan y se esfuerzan y ven su mérito diluido en la chabacana holgazanería del tumulto. Para entender el feminismo, para aprenderlo, basta con ver los pronunciamientos y las manifestaciones de este día aciago: la vulgaridad, la profunda grosería, los estupidísimos lemas y pancartas. Oprime más el feminismo que cualquier forma de patriarcado -real o inventada, normalmente inventada.
Mis mujeres, que son las más bellas, nunca han querido compararse con los hombres, sino vivir como mujeres, nunca han querido competir con nosotros sino seducirnos, templarnos, conducirnos, torearnos, y cuando lo hacemos bien, y con bravura, indultarnos. ¡Indulto, Indulto! Todavía en la Monumental se escucha el eco del clamor de aquella tarde de José Tomás con Idílico.
Mis mujeres, que siempre han ganado más dinero que yo, no hablan nunca de qué es ser mujer. Lo son, y excelentemente. Nunca las he visto incómodas con su naturaleza, nunca las he visto pelear contra sus instintos. Nunca he visto a mi suegra sentirse menos realizada -¡qué conceptos!- ni pensar que era menos mujer por cuidar de su familia, ni menos importante que su marido que fundó y levantó su empresa. Nunca he visto a mi esposa avergonzarse ni quejarse ni siquiera plantearse otra opción que cuando la niña está enferma, quedarse a cuidarla y cancelar cualquier otra actividad que tuviera. Y aunque fui yo quien escribió el Deo Gratias porque nuestra hija dejara las clases de baloncesto, el auténtico júbilo, el profundo alivio de mare marona que quiere ser abuela, lo sintió ella.
Mis mujeres, que son las más bellas y las más inteligentes, las más capaces, las más brillantes, las más diligentes, nunca me han insultado y siempre me han hecho sentir orgulloso de ellas. Tienen sentido del humor y aceptan cualquier debate. También los chascarrillos y las bromas en la tensión macho-hembra. Cuando oyen hablar de micromachismo dicen un taco, encienden un cigarrillo y piden otro gintónic.
Reconocen los roles. No intentan sustituir a Dios. Mi tía Lola decía que las niñas son de azúcar y los niños de hierro, y nos lo decía sobre todo a los chicos, y no para concedernos ningún privilegio sino por educarnos en nuestro deberes. Yo es que en casa nunca oí hablar de derechos. La tieta Lola también decía que había tenido que echar muchas sisestas para salvar su matrimonio.
Siempre me he relacionado con más mujeres que hombres y siempre me ha ido bien. No creo que haya tenido suerte, creo que he sabido elegir. Lo mismo podría decir de mis hombres.
Pero hay una imbecilidad, un cretinismo, un desespero disfrazado de todas las categorías del resentimiento que nos está hiriendo en lo más profundo de lo que somos. No hay ninguna mujer medianamente culta, inteligente, consciente, que pueda creer que el manifiesto, el tono, las pretensiones y la actitud del feminismo que se resume en la jornada de hoy, pueda conducir a alguna clase de mejora en su vida. Tampoco creo que haya ninguna mujer preparada que piense en términos de “nosotras, las mujeres”, o que las mujeres son una clase social, como decía, y creo que todavía dice, la pobre Lidia Falcón; tal como no hay ningún hombre serio que se afirme en el colectivo de la masculinidad o que crea que de su “género” se derivan derechos o obligaciones más allá de la cortesía de ceder el paso, abrir la puerta y pagar las cuentas de los restaurantes.
Al fin y al cabo, les noies són de sucre, como decía mi tía Lola, en paz descanse.
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